27 septiembre 2011

Incertidumbre

Es la sensación permanente que se tiene en Brasil, como mínimo en las regiones del Amazonas y para lo que el transporte se refiere. Salir de Alter do Chão fue, en cambio, fácil y certero: un bus pasó puntual a las 8:30 horas por la calle principal del pueblo. No me importó el olor a pescado que reinaba en su interior – traían decenas de peces en bolsas de plástico desde Santarém-; me confortó el hecho de saberme en el buen camino –el puerto- y a buena hora. Dejaba atrás un lugar especial y relajante donde se para el tiempo; un pueblo que te permite observar jugar a los niños en la plaza mientras tomas una cerveza fría minutos después de pegarte un chapuzón en el río. Evidentemente, empecé a arrepentirme de mi marcha apresurada cuando aún no había salido del pueblo. Pero Bélem y la Isla de Marajó me esperan, y tengo que estar en São Luis el sábado, que es cuando llega Guillem.

En el bus pescadería conocí a dos hermanos fuertes, altos y rubios: Tobías y Andreas. Son buena gente, como casi todos los suecos que he conocido. Su viaje sí que es una hazaña: su físico desentona en estas latitudes como unos calcetines blancos en unos zapatos negros (amén de Michael Jackson) y además apenas chapurrean español ni portugués. Y también conocí a Diego y Amaya, una simpática pareja de Logroño que llevan viajando 9 meses por todo el mundo (autores del blog losviajesdelcangrejo.wordpress.com). Volviendo a la incertidumbre, quería llegar tan pronto al puerto porque me habían dicho diferentes vecinos de Alter que el sábado había dos barcos para Bélem. Me dijeron que al mediodía salía uno y otro por la tarde; otro vecino que los dos por la tarde; la dueña del hostal, que sólo salía uno; y una cuarta fuente apuntaba que el sábado no había barcos. Haciendo una media, tenía muchas probabilidades de que encontrara barco. Y así fue. El pequeño problema que deriva de esta incertidumbre es que sólo partía un barco a las nueve de la noche, doce horas más tarde de que llegáramos a puerto. Todos los vendedores nos pedían 100 RS (algo menos de 50€) por el trayecto, la cual cosa me pareció bien, teniendo en cuenta que entre Santarém Bélem hay cerca de 1.500 kilómetros que se cubren en 48 horas, pero Amaia y Diego los sacaron por 90 RS.

A mediodía nos dejaron subir al barco para colocar las hamacas y bolsas, que atamos a unas columnas y cerramos con candados, y nos fuimos los cinco al mercado de fruta de Santarém. Allí comimos un plato del día buenísimo -por fin probé el pescado- por 5 RS (2,5€) y compramos fruta para el viaje (dos piñas, 0,5 €). Era el primer gran mercado que visitaba, y disfruté paseando entre pilas enormes de plátanos; melones; piñas y otras frutas tropicales. Deambulamos por el pueblo bajo un sol de justicia y antes de volver al puerto tomamos un refresco en un bar cutre, como todos por estos lares, donde unos hombres panzudos y a torso desnudo jugaban a billar. A las seis de la tarde ya estábamos en la hamaca, cruzando los dedos para que saliera a esa hora el barco, tal y como indicaba el billete, o a más tardar a las 20 horas, que fue lo que nos dijo un tripulante. No obstante, son más de las 23 horas y me encuentro aún en el puerto. El motivo: la ya familiar incertidumbre. En estos precisos instantes estoy escribiendo este post que publicaré cuando llegue a Bélem desde el tercer piso del barco, mientras un ejército de chicos fornidos y sudorosos carga a destajo camión tras camión. El ruido que hago al teclear queda enmudecido al compás que cajas, objetos y ahora papel de váter entran en los camiones y lo llenan hasta los topes. Entre carga y carga los chicos beben agua, hacen bromas y escuchan música estridente de sus móviles. Espero que estén bien pagados, puesto que el ritmo de trabajo que llevan no lo podrán alargar muchos años. Me temo, sin embargo, que son esclavos del siglo XXI en un país que presume de progreso.

Pd. El trayecto finalmente duró 54 horas, durante el cual me dio tiempo de leer un libro en inglés que me dejó Amaya (Echo Park); pasear por cubierta; charlar y sobre todo dormitar en la hamaca. También aproveché una parada en la que suben al barco multitud de vendedores para probar el picolé, una especie de sorbete de helado de diferentes gustos. Elegí morango (fresa), y estaba muy bueno.

1 comentario:

Mama dijo...

Què més vols:
Hamaca, pinya,plàtan,gelats...
Què fantàstics aquests menjars , oi?
No sé perquè t'imagino com a la pel·li de Titànic , però "cutre"...com era el vaixell de gran?
Bé fer amistats està superbé i a més veig que són "variopintes" i simpàtiques.
Si necessites res, diguens-ho i li donarem a en Guillem.Espero que sigui una bona retrobada i compartiu junts.
Ah , demà és el cumple del padrí, ja saps "Foxos".
Petó