31 enero 2008

Compartiendo Ferreros Rocher con el Embajador

(Aclaración: de hecho no los he compartido, pero hoy he dado el primer paso para que este título sea cierto).

Las cosas se animan en Delhi. Al menos para mí. Hoy ha sido un día movido, por fin.
Lo primero que he hecho al despertarme, a parte de decirle a Radu en la entrada de mi piso y con la boca seca que no hacía falta que currara hoy (el piso está impecable y no tengo gallumbos sucios que lavar), ha sido dirigirme a la Embajada de EspaÑa, coñe. Allí, como buen español, me he registrado "como ciudadano residente en la India" y he dado mis señas, con la intención, evidentemente, de que me manden invitaciones a saraos diplomáticos. Lamentablemente, no ha sido el embajador en persona, Ion de la Riva (fundador de Casa Asia) quien me ha atendido, sino un indio oscurito y más bizco que el hermano feo de los Calatrava.
Una vez he cumplido con mi deber, o duty, me he desplazado a Khan Market, un centro lleno de negocios de todo tipo al que van a comprar los familiares de los diplomáticos (porque se encuentra en el barrio de las embajadas y porque hay tiendas pijitas). En el Citibank que hay allí he podido comprobar que aún no he cobrado este mes. Para celebrarlo, he comido de pie en un puesto callejero por unas 60 pesetas. Sí, el cocinero tenía las manos más negras de lo deseable, pero la comida no estaba nada mal y el precio tampoco. Al terminar el último bocado, yo y mi ardor de estómago nos hemos trasladado hasta Jor Bagh 94, donde está la oficina.
Después de pocas horas de curro, he cogido mi "nueva" moto para llegar al Indira Gandhi Centre, un edificio multifuncional rodeado de vegetación que se encuentra en el corazón de Delhi. Allí es donde ha tenido lugar la inauguración de la exposición de títeres ibéricos. Y ha sido también allí donde me he codeado con diplomáticos y parte de la jet set india.
Mi asistencia al acto estaba motivado por la necesidad de entrevistar a algunos de los organizadores de dicha muestra, tomar fotos del evento y ver in situ qué coño tenían dichos títeres para despertar tanto interés y un despliegue de medios acojonante. Pues bien, la cosa no ha ido nada mal y he podido hacer los primeros contactos (lástima que me dejé mis tarjetas de presentación de Barcelona). También he asistido a un espectaculo surrealista de Joan Baixas, con el que inauguraban la exposición, y he podido ver dicha muestra, titulada "Ventana al títere Ibérico". Las marionetas valen mucho la pena, sobretodo por su diversidad, y no sé si es porque aún carezco de vida social, pero este género me ha despertado un interés desconocido hasta la fecha, hasta el punto de que ahora pagaría por ver un espectáculo de estos.
Después de dar algunas vueltas por el recinto, he cogido de nuevo la moto. Bueno, primero he tardado diez minutos buenos en arrancarla, pero ya explicaré los secretos de este vehículo en un post en exclusiva. Ya en la carretera y usando los brazos extendidos a modo de intermitentes (no pateixis mama que no corro cap perill), me he dirigido hacia mi casa.
En todo New Friends Colony no había luz, y es que se ve que en los paises pobres se corta el suministro cada dos por tres. Que costumbres más raras tiene esta gente. Mientras esperaba a que llegara Pau con sus amigas (venían de pasar unos días playeros en Goa), he encendido algunas velas y, para que negarlo, me he puesto romanticón. ¡Ah!, también he conocido al matrimonio de indios jóvenes que viven en el piso de al lado. Para ellos (y para las cuatro dientes que le faltan a él) también dedicaré un post otro día.
Al llegar Pau y compañía nos hemos pedido unas pizzas, y mientras no llegaban hemos jugado al carrom (desde que le he puesto polvos de talco va finísimo). Tras varias horas de charla nos hemos acostado. Aquí ya son las 02:57.
Mañana más curro, y por la noche...a Benarés!
Hasta el lunes. Feliz finde.

Pd. He puesto nuevas fotos en el link "mis fotos indias".

29 enero 2008

Farhad el seductor

Farhad es un joven periodista afgano que trabaja como corresponsal en Kabul. Educado, risueño, con un perfecto inglés y con dotes de galán, es un gran personaje que tuve la oportunidad de conocer (bueno, sólo superficialmente) ayer.
Coincidí con él en la cena a la que nos invitó la empresa. Creo el motivo de tal evento era una mezcla entre darnos la bienvenida y celebrar de manera tardía la Navidad.
El restaurante escogido fue un libanés bastante fashion situado en Vasant Lok (a la corta distancia de 14 kilómetros de mi casa, como comprobé en el rickshaw de vuelta), con reservados repletos de cojines y sofás. Para entrar en estos espacios íntimos, que en el fondo eran la gracia del local, tenías que descalzarte, aunque nosotros, al ser un grupo medianamente numeroso, nos tuvimos que conformar con unas clásicas mesas y sillas. En este local, frecuentado por guiris y locales con pasta,
se come bastante bien. Y variado, lo que se agradece. Aprovechamos para fumar una hookah de manzana y yo probé un cóctel indio.
Pero lo que más me sorprendió de la velada, a parte de un seductor Farhad vestido cual George Clooney, fue el modo en el que los del restaurante nos echaron. Al ver que pasaba de medianoche y ningún reservado se vaciaba (y nosotros seguíamos charlando en nuestra mesa), empezaron a hacer obras allí mismo con un TALADRO. Evidentemente cogimos los bártulos y nos retiramos hacia nuestras respectivas casas.
Educados y sutiles estos indios...

Motorizado, al fin

Hoy martes ha sido un gran día. No he entrevistado a Manmohan Singh (el primer ministro de la India) ni he salvado a un niño de ser atropellado por un tren, pero, no obstante, he conseguido la tan ansiada moto-carraca y he cubierto un acto fuera de la ofcina. Ambas cosas han resultado un logro.
El día en la oficina ha sido normalito. Cada vez escribo más noticias, aunque aún me las editan (y mejoran mucho) y siento que estoy a años luz de ser autónomo. Hoy, por ejemplo, sólo he escrito sobre el descalabro del mercado de coches de lujo en Bangladesh (http://www.terra.com/noticias/articulo/html/act1117262.htm), y sobre el cada vez más evidente conflicto bélico en Sri Lanka (para quien no lo sepa se están matando entre la guerrilla tamil y el ejército ceilanés de una manera que da gusto).
Pero al acabar la jornada me he acercado al Habitat Centre -donde vi una película no hace muchos días- ya que una compañía española de marionetas (más que española vasca y vasca del verdad) actuaba en el marco de un festival de dichos monigotes. Sé que no debuto con un gran tema, pero por lo menos es curioso.
El espectáculo ha sido entretenido, y la barrera del idioma (los actores no tenían ni papa de inglés) la han salvado con un número muy original. No sé que saldrá de todo esto, pero al menos espero escribir una crónica i no limitarme a repetir las noticias que otros dan.
Pero más importante para la construcción de mi vida social y la adaptación a la ciudad ha sido la compra de una vieja vespa por unos 100 eurillos. Los intermitentes no funcionan, y uno de los frenos tampoco, así que me tengo que conformar con frenar con un rudimentario pedal que se encuentra donde se apoyan los pies. Pero bueno, de momento me las apaño, aunque tan pronto como pueda la llevaré a un mecánico para que me solucione estos problemillas.
Volviendo del Habitat Centre a mi casa, conduciendo por primera vez por Mathura Road, me he podido desquitar del odioso ruido que emanan las calles en Delhi y he pitado a la mínima que oportunidad que he tenido. A veces, sin venir a cuento. Ahora espero que mañana arranque el viejo motor que aguarda una seductora carrocería verde. Prometo fotos de mi enamorada en breve.

27 enero 2008

Anotación primera

No hay indio calvo.

Pudja, o cómo infiltrarse entre indios hindúes

Así es como se leería en castellano, más o menos, la palabra religiosa con
los que los hindúes definen cualquier tipo de ceremonia; ya sea por un nacimiento; una muerte; una boda. Hoy, domingo 27 de enero de 2008, he asistido a mi primera Pudja (esta vez era un bautizo), invitado por mi compañera, y ya amiga, Shilpi.
El caso es que el sábado a media tarde me tenían que llamar para ir a una fiesta de unos españoles que aún no conozco. Pero antes de recibir esta llamada el nombre de Shilpi iluminó mi teléfono móvil. Estaba por el centro con su novio y me preguntaba si quería ir al día siguiente, es decir el domingo por la mañana, al la pudja por el nacimiento de un primo suyo. Le dije que perfecto. Fue entonces cuando, animada por mis ganas de conocer la cultura local, se envalentonó y me propuso que fuera a su casa a dormir porque el acto se iba a celebrar muy temprano. Me lo pensé dos veces, pues eso no lo tenía previsto, pero la seductora idea de conocer a su familia y
de ver una ceremonia religiosa me empujó a aceptar. Así que, tras mi sí, vino a recogerme a casa. Llegó a los pocos minutos y, mientras preparaba mi bolsa de mini viaje, me preguntó si me importaba que viniera a mi casa su novio, Durkeish (o algo así), con el fin de conocerme.
La versión real, creo yo, es que el chico, que me temo algo celosón, quería conocer en directo el tío que tanto frecuentaba su novia (y conocer donde vivía, supongo, por si me tiene que partir las piernas en un futuro). Así que, a la media hora ya estábamos tomando los tres un té en mi desangelado salón y jugando al carrom (ya le dedicaré una entrada a este juego) que me regaló para mi cumpleaños Pau. Carantoñas los que queráis, pero besos ni uno (entre ellos, claro).
Al terminar la partida nos despedimos. Él se fue a su casa, tranquilo al ver que yo era un tipo inofensivo y que no cumplía los cánones de europeo-sueco cañón, y Shilpi y servidor nos encaminamos hacía su casa, que está a unos 45 minutos de la mía.
Por el camino me dio tiempo de ver muchos complejos iluminados en los que celebraban bodas. Y es que se ve que es al época de bodas aquí. Bueno, más que bodas, lo que vi desde la carretera eran auténticos bodorrios, así como un par de autorickshaws con 7 personas dentro. Lo típico.
Mr. Singh, que así se llama el padre de Shilpi, nos abrió, con una sonrisa en la boca, la puerta de su casa. Es una hombre de unos cincuenta años, alto, moreno,
con bigote negro espeso y tez clara. La barriga que posee le dota de un aire de poder. Maneja un inglés muy completo y, gracias a los múltiples viajes de negocios que ha hecho por Europa, es de mentalidad abierta.
Nos sentamos en un sofá que había en la entrada y al poco vino la madre, ataviada con una bata y un gorro de lana. En ese momento comprobé que el frío no es exclusiva de mi piso. Tomamos un té (Shilpi me confesó que eran "tea freaks", es decir, adictos al té) acompañado de unas pastas dulces moldeables como la plastilina y de color petróleo (que reciben el nombre de halwa). Luego me sirvieron la cena a mi sólo, ya que nadie más quiso comer, en el mismo sofá. En un bol pequeño había comida de astronauta, es decir, un potaje verde (jichri) compuesto por arroz y algo más que no entendí. De acompañamiento, un pan relleno (prata roti). Tras acabar el plato, y siendo el centro interés de la habitación, nos retiramos a dormir. Antes de de acostarnos, sin embargo, Shilpi me enseñó las fotos de la boda de su hermana mediana y me contó los rituales hindúes para tal empresa. Que si los novios tienen que intercambiar un collar de flores; que si el prometido le regala un collar (mangalsutra) y le pinta la frente de color rojo a la chica; que si tienen que dar 7 vueltas a una pequeña fogata que ponen en el centro etc. Después de la sesión nos fuimos definitivamente a dormir.
A mi me tocó un dormitorio al lado del de Shilpi, con baño incorporado (un agujero en el suelo, vaya). Me cedieron el único mini calefactor que tenían y me puse a dormir. Me hizo gracia ver que esa estancia, como todas las demás, atesoraba multitud de objetos y pinturas que representaban dioses y que bien se podrían usar como amigo invisible en España (sólo para casos de venganza, claro está).
Serían pasadas las doce de la noche cuando ya no se escuchaba nada excepto los silbidos que da el vigilante que hace ruta por el vecindario, que silba para advertir a los ladrones de que está merodeando la zona, y los pitidos de camiones que pasaban a lo lejos.
Cuando me he levantado hoy, serían las 9, lo primero que me ha pedido Shilpi ha sido perdón. Al no entender de qué iba el tema, le he preguntado el por qué de su actitud, y ha puesto una cara de sorpresa. Se ve que un pariente lejano suyo algo mayor, que está como una regadera, lo encerraron anoche en la habitación del último piso porque no paraba de cantar, golpear muebles y hacer el indio (jeje). Este sujeto se presenta una vez al año a su casa para pasar unos días a gastos pagados. Gracias a mi capacidad de mi hipnosis, ni me he enterado.
Así que, tras la aclaración, hemos desayunado al tiempo que han empezado a llegar los primeros invitados (se esperaban unos 100). A algunos de estos familiares, concretamente los mayores y de "mayor prestigio", Shilpi los saludaba besándose la mano y tocándoles inmediatamente los pies.
En una carpa cercana a la casa, los cocineros (unos diez) se apremiaban a preparar los platos que se comerían más tarde.
Cuando ha llegado el 'cura' (bramán en este caso) se ha reunido en una pequeña terraza con la familia que ya estaba presente (la mayoría, con buen criterio, llega justo a la hora de comer), y han empezado la ceremonia, la 'pudja'. En este caso se hacía porque en la familia había un recién nacido, y es la manera que tienen de asegurarle buenos augurios (y para el cura es la mejor manera de sacar una buena tajada a base de cuatro cánticos y un par de velas de incienso). Se ve que, en el caso de los nacimientos, se hace a los seis o doce días de que el parto haya tenido lugar.
El bramán va cantando unos cuentos recogidos en un libro que consulta cuando anda perdido, y algunas frases las repite la congregación. Después de una hora dándole que te pego, ha llegado lo interesante. En un bol de cerámica han puesto leña, azúcar, especies, flores...no sé, un poco de todo, y le han prendido fuego. Entonces, cada uno de los presentes ha echado unas hierbas en el bol. Tras ese paso, todo el mundo se ha levantado y se han repartido las frutas y los dulces que se habían puesto en el centro para la ocasión. Inmediatamente después, todos estos alimentos se comen, ya que si no el niño estaría gafado para siempre.

(Me he saltado algún paso, pero es que la ceremonia es muy larga y compleja.)

Al final, como en cualquier religión que se precie, pasan un platillo que se llena de billetes. ¿Para quién? Pues para el cada vez más risueño bramán, que, con tanto nacimiento, muerte y boda, se hace de oro. La ceremonia es muy colorida; está llena de pequeñas fogatas; alimentos; cánticos y parafernalia varia. Lo que tal vez me ha chocado más ver cómo la gente iba y venía. Y es que, si les suena el móvil se levantan sin pudor alguno y se van a hablar a otro sitio.
Tras el acto, que incluye mil plegarías para conseguir la paz mundial y no sé cuantas bondades más, los asistentes (cada vez hay más) se han puesto una
marca en la frente en señal de bendición. Y yo, que no he querido ser menos, me he puesto la mía. De hecho he realizado todas las acciones que han hecho los demás. Es más, algún viejete que dominaba el inglés me ha explicado sobre la marcha cada ritual, a la vez que me bendecía de arriba abajo.
Al terminar definitivamente el "show", todo el mundo ha bajado a la calle para hacer tiempo antes de comer. Los cocineros, con sus manos roñosas y sus ollas mugrientas a rebosar de comida de todo tipo, ultimaban los detalles finales. Se ha dado el pistoletazo de salida y, como en las rebajas de El Corte Inglés, la gente ha corrido cual estampida hacia el buffet libre para degustar los (picantes) platos que se habían cocinado.
Paralelamente, han empezado a llegar los últimos primos, amigos y conocidos. Yo, como ya me imagináis, me he puesto las botas. He probado casi todos los platos, incluidos los dulces, aunque mi estómago me ha amenazado con una huelga indefinida si repetía. Así que un único viaje al buffet me ha bastado para saciar el apetito esta vez.
Unos pocos perros, conocedores de la tradición, aguardaban su momento para atacar a los restos de comida. Durante el acto, al que he asistido como único representante del mundo occidental, he conocido algunos familiares de Shilpi y he visto la criada de su hermana, una india de piel casi negra que, por el módico precio de 3.000 rupias al mes (unas 9.000 pelas), le hace de chacha los 365 días a la semana. Una siesta tras el ágape ha sido lo último que he hecho en casa de Shilpi.
Después del sueño nos hemos ido de compras con su novio y los amigos de éste, que nos esperaban en un centro comercial cercano. Hemos dado varias vueltas por un par de ellos, pero, al comprobar que desgraciadamente no tenían mi talla en la tienda Levi's (en la que vendían en oferta unos tejanos por 20 euros), y que el estilo de ropa de esta gente difiere diametralmente del mío, me he desanimado un poco y he desistido. Por hoy. "Tendré que adelgazar o buscar una tienda de tallas grandes", he dicho para
mis adentros.
Eran ya las siete y negra noche en la calle cuando nos hemos tomado un té en un garito cercano al 'mall'. Después del té, Shilpi por un lado y yo por otro, con los chicos (que viven en la zona sur de la ciudad, como yo), nos hemos marchado. Por el camino hemos golpeado a una moto que casi se cae, pero por las risas que ha habido en el coche he comprobado que estos incidentes son pequeñeces aquí.
Ya en casa, una ducha reparadora me ha dejado como nuevo. Me he afeitado (aquí lo hago con más frecuencia que en Barcelona), y he vomitado todas las experiencias en este blog.
Uff, que a gusto me he quedado.

PD. Las fotos del día están colgadas en el link "mis fotos indias".

26 enero 2008

Códigos de circulación

La circulación, o todo aquello que se puede ver y observar desde un coche, moto, rickshaw o a vista de peatón, es de lo que más impresiona de Delhi. Así que, ahora, haré un ejercicio de memoria para intentar apuntar las cosas que más me han chocado. Espero en un futuro acompañarlo con fotos (las colgaría en el link "mis fotos indias"). Allí va:
- A algunos vehículos les cuelgan zapatillas o chancletas en el parachoques trasero. No es que hayan atropellado a alguien, que también puede ser, sino más bien un acto de fe o superstición. Aún tengo que indagar sobre la materia.
- Los camioneros deben tener muchas horas libres ya que pintan sus viejas chatarras con colores vistosos y mensajes de todo tipo.
- Es normal ver en mitad de una vía rápida (en un puente, túnel etc) un ciclista, un peatón o dos coches parados que charlan en el arcén mientras los coches pasan a toda velocidad a su lado.
- Muchos camiones o autorickshaws tienen escrito a mano en la parte trasera "horn please", que significa "toque la bocina, por favor". No es coña, simplemente que aquí, cuando vas a adelantar a alguien, es preceptivo tocar la bocina para indicar que lo harás.
- La mayoría, por no decir la totalidad, de los coches llevan los retrovisores -cuando tienen- doblados para dentro. Al menos el izquierdo. Es decir, lo que en España se dobla cuando aparcas en una calle estrecha, aquí se hace para conducir. El motivo es que al no existir de facto carriles y estar rozando vehículos constantemente, prefieren conservar el retrovisor, aunque no lo usen.
- Hablando de retrovisores, los autorickshaw los llevan dentro del vehículo, por el mismo motivo, y algunas bicis también llevan en el manillar, a veces decorados con flores o plásticos.
- La mayoría de autorickshaws apagan el motor cuando esperan en un semáforo que se prolonga demasiado. Eso sí, nada más ver la luz verde arrancan y empiezan a pitar.
- TODOS los autorickshaws, y muchos coches, llevan pegatinas y dibujos de sus dioses particulares. Y la verdad es que la oferta de deidades para elegir es enorme.
- Algunos de los taxistas, como ya he comentado, te piden permiso para parar a tomar un té a mitad de una carrera. De hecho, es común ver un pasajero esperando en un autorickshaw a que su conductor apure la bebida y finiquite la charla con el tendero de turno.
- Otros, te hacen subir cuando ya llevan pasaje y obligan al primer cliente a bajar en cualquier esquina.
- La mayoría de taxistas llevan un forro polar mugriento por las noches, ya que en un autorickshaw de Delhi en pleno mes de enero, el frío es considerable.
- La oscuridad indica que las normas de circulación ya no tienen vigencia. Es cuando se impone el vehículo con carrocería más grande, el que va más rápido o el que pita más.
- Por la noches se pueden ver varios autorickshaws aparcados esperando clientes. Los conductores se resguardan del frío, a veces de dos en dos, en el interior del vehículo.
- Pocos coches conservan intacta su carrocería. La mayoría atesoran ralladas, en el mejor de los casos, y golpes, en el peor.
- En un trayecto de una media hora en autorickshaw el conductor puede escupir ( y no simple saliva) unas cinco o seis veces. Además, a menudo mastican unos polvos rojos que cuando los escupen forman una cascada rojiza asquerosa.

Sábado sabadete

Aunque hoy es sábado, el tercero que paso en Delhi, no creo -vaya, estoy seguro- que cumpla el refrán de polvete. Se me presenta más bien un sábado tranquilo, por no decir algo aburrido; de pijama en casa y poco más.
Ayer por la tarde, antes de que saliera de la oficina, un grupo de españoles se fueron de fin de semana a Shimla, una población norteña a unas 10 horas en autobús de Delhi. Me hubiera encantado ir, más que nada para romper con la monotonía de la ciudad y no escuchar a los jugadores amateurs de criquet que ocupan el patio escolar al que da la ventana de mi habitación cada sábado y domingo por la mañana. Esta vez no pudo ser, a ver si otro fin de semana consiguo escapar y empezar a conocer esta gran país que para mi, de momento, se limita a Nueva Delhi.
Sobre las 21 horas tomé un autorickshaw y me volví a casa. No me apetecía cocinar y tampoco tenía nada en la nevera, así que me acerqué a un cuchitril roñoso que tengo delante del portal, a unos diez metros, que sirven comida a domicilio. Desde la calle sólo se ve una gran cocina sucia y tres o cuatro cocineros trabajando a destajo. Fuera, cinco repartidores charlan mientras no hay pedidos que llevar. Elegí "butter chicken", pollo con mantequilla, porque es una apuesta segura, y le indiqué al hombre que me tomó la nota de que vivía allí delante. En cinco minutos ya estaban llamando a mi interfono. Sin abrir la cancilla, le pagué al chico las 180 rupias (unos tres euros) que costaba mi pedido y me dió una bolsa con la comida. Es curioso porque aquí se lleva mucho lo de pedir comida a domicilio, y no sólo pizzas. Así que te pueden traer pasta, cocidos o sopas en bolsas de plástico. Y la verdad es que la impresión que da abrir esas bolsas llenas de líquido no es del todo agradable.
El pedido estaba bueno, aunque había mucho líquido y poco pollo. Después de cenar charlé con mucha gente por skype, manteniendo un poco mi vida social catalano-española, y me puse una película.
Aunque intenté dormir, el ardor del estómago me lo impidió, y, por primera vez desde que llegué, pasé una mala noche. El zumito que me acabo de tomar, no obstante, creo que ha ayudado a mi flora intestinal. (Apunte: la próxima visita de España tiene que trae algún medicamento para el ardor.)
En breve me vestiré, porque aquí ya son casi las cuatro, e iré a comprar algo para llenar mi desangelada nevera. Por la tarde espero quedar con alguien y empezar así a construir, poco a poco, mi vida social india. Pero eso ya lo comentaré en otro momento.

24 enero 2008

Comportamiento local

Cuando casi llevo una semana con interet en casa, aún no me han traído un cable largo para poder conectarme desde la cama, a escasos tres metros de la toma de red. Y es que los indios, tal y como estoy comprobando día tras día, son muy dados a prometer mucho y cumplir poco. De esta manera, es normal que alguien te prometa que viene mañana a instalarte algo en casa y que no aparezca. Pero además, si lo llamas para cantarle las cuarenta el mismo día o al día siguiente, no te piden ni disculpas. Como si nada. El buen karma parece que los posee (cuando la culpa es suya) y no se alteran ni sonrojan.
Esto mismo me ha pasado con mi futura moto. Y digo futura porque aún no la tengo. Resulta que ayer vino Manoj con un tío que vendía una moto a la oficina. La moto estaba perfecta, no era muy vieja y su estilo retro la hace ideal para esta ciudad, más vale no llamar la atención. Pues bien, tras comprobar que el faro delantero no iba ni tampoco como los intermitentes, quedé con el chico que la trajera mañana y le pagaría las 6.000 rupias (unos 100 euros) de rigor. Esta tarde ha aparecido el tío con la misma moto y sin ningún arreglo. Eso sí, con cara de felicidad e inocencia, esperando que no me diera cuenta. ¿Qué se ha creído? El resultado de tal despropósito es que todavía no gozo de medio de transporte y me debo, aún, a los rickshaw y sus tarifas variables.
Otra anécdota para la memoria tuvo lugar la semana pasada. Una noche que no tenía nada en la nevera -entra dentro de lo normal-, llamé a una pizza. Se ve que cuando vino el pizzero me dio 100 rupias de más (poco menos de dos euros), y yo no me di cuenta. Con la barriga llena y a punto de entrar en la cama, me llamaron de la pizzería comentándome lo sucedido. Esta llamada la consideraría normal si no fuera porque en esos momentos era la 1 de la madrugada!! Al telefonista le dije de todo menos guapo, y emplacé al pizzero despistado al día siguiente en mi casa para devolverle las 100 rupias. Y al día siguiente, vino, aunque no sé si el viaje le salió a cuenta.
Y el colmo (hasta la fecha) de lo que me ha pasado tiene relación con algunos conductores de autorickshaw. Estos personajes, no contentos con intentar timarte cada vez que subes a uno de estos vehículos, aplicandote a la mínima que se hace un poco oscuro la tarifa nocturna, hay veces que, a medio camino de tu destino, te preguntan, con gran una desdentada sonrisa amarilla, si pueden parar un segundo a tomar un té -o lo que coño sea- en algún lugar que conocen. Es decir, vas por ejemplo del trabajo a tu casa, con ganas de coger el sofá que no tienes o tomarte una ducha de agua caliente que no sale de tu cisterna, y a medio camino pretenden parar. ¡Y hasta les parece descortés por tu parte que les apremies!
En fin, me tendré que ir acostumbrando al comportamiento local.

23 enero 2008

Hogarizando New Friends Colony

Ayer por la mañana me pasó a buscar por casa Shilpi. Llegó tarde por dos motivos: porque había ido a la peluquería y porque tuvo un pinchazo con la carraca de coche que lleva. Estos contratiempos no me importaron en absoluta ya que, debido a su tardanza, pude gozar de más minutos de sueño en mi cama king-size.
Esta vez Shilpi me llevó a Noida, una población cercana a Nueva Delhi que se llega tras pasar el río -negro- Yamena (que es un afluente del Ganges) y por autopista (primera vez que no veo tránsito). De Noida apenas vi nada, y sólo sé que los barrios no tienen nombre sino número. Nada más llegar fuimos a comer. La invité a un sitio que le gusta y frecuenta a menudo, según me confesó: el Top Bread. La verdad es que no era nada del otro mundo, más un simple un bar de bocadillos y pasteles. No obstante, mi cuerpo agradeció no ingerir picante ni especies por un día. Después de saciarnos, cruzamos una calle y nos metimos en un centro comercial enorme.
"The Great India" es un gigantesco 'mall' que bien podría estar ubicado en Europa o en los EEUU. Está lleno de tiendas franquicia y el suelo brilla. Es un oasis de limpieza y orden a pocos minutos de Delhi. Me sorprendió que, para entrar tuvieramos que ponernos en fila para pasar por un detector de metales. Es frecuente este absurdo proceso, ya que la máquina pita pero aún así te dejan pasar. Más soprendente es que te miren la bolsa que lleves y te permitan la entrada (yo llevo siempre una navaja suiza en el bolsillo pequeño y hasta la fecha ha pitado en todos los arcos sin mayor trascendencia.
Paseamos por las enPor sus entrañas del "Great India", y aproveché para cotejar precios de tiendas como Levi's o Bata. Si no hice mal los cálculos, unos Levi's que en España valen alrededor de 90 euros aquí costaban unos 35. En la planta baja del centro comercial, siguiendo el patrón globalizado, se encuentra una gran tienda dedicada a la decoración del hogar. Una especie de Ikea. Allí, donde el ratio de dependentes supera con creces el de clientes, me compré una lámpara para la mesita de noche (imprescindible para leer) y un ladrón. Acto seguido fuimos a un supermercado, aún en el centro, donde pude comprobar que el aceite de oliva, inexistente en la India, cuesta la friolera de 10 euros la botella. Así que, las próximas visitas que reciba provinientes de España deberán pagar como arancel una botella de este oro dorado por maleta si quieren hospedarse en el 121 de New Friends Colony.
Tras observar más que comprar nos fuimos del lugar. Llegaba tarde al trabajo y encima tenía que coger un autorickshaw. Shilpi, en cambio, tenía el día libre. Me despedí de ella con un par de besos en la mejilla. Me sorprendió que no supiera darlos. Y es que en Europa damos por hecho que todo el mundo hace y sabe hacer gestos tan fáciles como besar en la mejilla. Le di dándole las gracias por sacarme a pasear una vez más, y me encaminé a Jor Bagh, en el corazón de Delhi. Desde entonces, no hay novedades al frente.

Pd. En la relación de "Mis Links" que aparece a la derecha de esta pantalla he puesto un enlace a "Mis fotos indias". Allí colgaré algunas fotos que vaya haciendo por el camino.

21 enero 2008

Skype patrocina este cumpleaños

Hoy cumplí 25 años, un número redondo que en Barcelona me hubiera servido de excusa para montar una gran fiesta o ir, como mínimo, con los amigos al bingo de la calle Guipúzcoa. Pero en esta latitud que me encuentro y a estas alturas de la aventura, he pasado la noche solito en mi casa (y pasando un frío considerable). Sin pastel y sin velas. Por suerte, las cálidas voces de amigos y familiares, y las letras en forma de e-mail de otros tantos, me han hecho pasar un aniversario diferente. ¡Ah! y un paquete sorpresa llegado desde Barcelona me ha reportado unas chuches y un libro de Quim Monzó. Ets un sol, reina!
Muchas gracias a todos aquellos/as que se han acordado de la fecha y también a los/las que no. No os culpo, yo mismo, si no fuera por la agenda del móvil, sólo me acordaría de tres o cuatro cumpleaños.
Bona nit.

Weekend

El primer fin de semana en la ciudad ha sido muy relajante. Tampoco tenía otra opción, ya que si a la poca pasta que tengo ahora en el banco le sumamos los pocos conocidos con los que cuento y lo aderezamos con una moto que aún no tengo, el resultado no podría ser otro. Pero no me quejo. Creo que los primeros días hice un mal enfoque de la situación. Esperaba tener muchos planes desde el primer día, y muchos amigos con los que congeniar nada más llegar. La ausencia de los verdadoros, de la familia y de alguien más me causaron una sensación de desamparo que desconocía. Esto no es un Erasmus. De hecho, el primer viernes que salí estando yo en Roma vomité en el coche de un amigo volviendo de beber vinos de Frascati.
Pero volvamos a Nueva Delhi. El sábado me fuí al mercado y finiquité el tema de internet, como ya he comentado aquí. Y el domingo me levanté muy tarde, siguiendo mi kharma interior y haciendo gala de la pereza que me ha acompañado toda la vida (25 años, que no son pocos). Si bién me levanté tarde de la cama, me desperté mucho antes. Y es que en el gigantesco patio de escuela al que da la ventana de mi habitación los indios locales tienen por costumbre jugar infinitas partidas al criquet todos los domingos. Por los gritos que dan, bien podría parecer otro deporte. Pero no. Es criquet.
Así que una vez levantado me dispuse a leer la prensa online. La española. Y debo reconocer que es un placer. No sé qué haría sin internet a estas alturas.
Me comí mi ración de Chocos (aquí van a precio europeo pero con la diferencia que están caducados) y me tomé mi vasito de zumo de rigor. ¡Cómo añoro mi Granini Multifrutas, Dios!
Las horas pasaban y yo seguía en pijama. Tampoco tenía intención de hacer gran cosa, pero sí estaba dispuesto a jugar un partidillo de futbol en un parque tal y como me prometió el colectivo español. Pero su llamada no llegó. Sí lleguó, en cambio, otra llamada que me invitaba para ir al cine.
Me vestí con mi nuevo kurta (no veáis lo que abriga la horterada esta) y me planté en la calle para pedir un rickshaw (pero de los de motor).
Llegué al Habitat Centre con unos 15 minutos de antelación. Este lugar es en realidad un edificio de ladrillos descomunal que alberga oficinas, restaurantes, ONG's y hasta un auditorio. Está muy cuidado, tiene párking y numerosas plantas y estanques en su interior. Su nombre le está al pelo, porque es de lo poco "habitable" que ofrece esta ciudad. Fue en el auditorio donde vi una película documental chilena sobre la dictadura de Pinochet. Una joven directora había seguido los últimos pasos de una amiga íntima de su madre antes de que acabaran con ella.
Al pase, totalmente gratuito, se apuntaron Manoj, Agus, Sara y Luca, un tipo bien majo que está trabajando para la ONU.
Después del film fuimos a un restaurante del recinto. Sin quererlo, pero sin tiempo para salir a la calle y buscar otros (Habitat Centre está situado en una zona un poco desangelada), nos metimos en un gran comedor al que daban cuatro retaurantes diferentes, de comida rápida. Uno era de comida china; otro de india; otro de americana y el cuarto no recuerdo qué gastronomía pretendía imtiar. Cada uno de estos locales era como un pequeño McDonald's en el que hacías tu pedido y te daban un número con el que lo podías recoger. Las viandas no eran muy suculentas, pero hice gala de mi glotonería y me terminé hasta la útlima miga. Eso sí, por la noche tuve ardor de estómaco.
Al finalizar la cena nos despedimos y tomé, una vez más, un rickshaw para volver a casa. Era casi medianoche cuando al vehículo, que circulaba a toda leche, se le salió un parachoques trasero al pasar por un bache más profundo que los demás. Mientras yo me congelaba dentro del carro, el conductor, ataviado con el forro polar negro-roñoso que visten todos los chóferes nocturnos, arreglaba el desaguisado atando la ferralla al vehículo con un trozo de tela mugrienta.
A los pocos minutos estaba en casa y leyendo un mensaje en mi móvil indio. Era Shilpi que, adelantándose a todo el mundo, me felicitaba por mi cumpleaños.

20 enero 2008

Indicios de felicidad

Depués de conectarme por primera vez a internet y ver que el banco de Punjab me ha devuelto los 300 euros que no me sacó hace diez días en uno de sus cajeros -los daba por perdidos-, y de rabiar de felicidad por tener acceso a internet, me he dado un capricho y he llamado a Slice of Italy, el Telepi de aquí. Y no sólo me he pedido una pizza cargadita de ingredientes, sino que he aderezado el pedido con un helado de chocolate. Y pensar que planeaba perder peso durante este año...
Así que, duchado, afeitado, y en el "sofá" del comdedor, bien tapadito, me he puesto la peli Apocalipse Now Redux mientras cenaba. Para acabar con una sonrisa, un capítulo de Padre de Familia. Y luego, al sobre.
Ésto sí que es vida.

Dilli Haat

Esta mañana me he ido de compras con Shilpi, una chica india muy maja y bien guapa que trabaja conmigo. Es un encanto de persona, de mentalidad abierta, divertida, risueña y bondadosa. Y su español es fantástico.
Me ha pasado a buscar por casa con su viejo utilitario y me ha llevado al mercado de Dilli Haat, un mercadillo especializado en ropas y objetos artesanales que cuenta además con una fantástica variedad culinaria gracias a los mútliples restaurantes indios que se encuentran en todo el recinto. Antes de mirar tenderetes la he invitado a comer. Nos hemos decantado por un restaurante que hacía especialidades del noreste de la india. Y la cocina debía ser fiel a su región, ya que varios indios con los ojos achinados comían en las mesas que rodean el chiringuito (caber recordar que la india es tan grande que puedes encontrarte un indio que parezca paquistaní, porque vivie en la frontera; otro que parezca Nepalí, porque vive en esa frontera; o otro que parezca chino, ídem de ídem).
Después de tomar una reconstituyente sopa caliente y unos momos http://www.mariusursache.com/travel/momos.jpg (los hay fritos y cocidos), hemos paseado por el mercado. A cada tenderete que veía me imaginaba a mi hermana o a mi madre comprando todos los objetos que rebosaban las estanderías: bolsos, monederos, saris, ceniceros...de todo.
En uno de estos puestos me he comprado dos kurta, uno largo y otro corto, por apenas cuatro euros cada uno (ver foto). Me apetece comprarme un poco de ropa local por dos motivos: porque es barata, y para integrarme un poco más. La verdad es que el kurta corto lo podré llevar incluso por Barcelona, creo, aunque el largo no sé, me da más reparo. Tal vez me lo ponga cuando, al volver, vaya a cenar a un restaurante indio del Raval y espere descuentos a costa de melancolía.
Dili Haat, un lugar al que sin duda volveré con las visitas que reciba, me ha servido también para comprarle un divertido juguete a mi futuro primo "Manulitus", cuyo nacimiento está previsto para el 31 de marzo, y para comprar también un monedero típico a mi hermana y otro a mi prima. Aunque, en mi próxima visita, arrasaré con todos los tenderetes.

Online

Así es como me siento a partir de hoy: conectado al mundo. Si bien en la oficina tengo internet, hasta hoy no gozaba de esta necesidad del siglo XXI en mi propia casa y, sinceramente, lo echaba de menos. No sólo para leer los periódicos españoles y mirar el correo por la noche o el fin de semana, sino sobretodo para poder charlar vía skype con la familia y los amigos. Reconforta.
Pero para llegar a este estadio las he pasado canutas. Llamadas, promesas más burocracia. Primero vinieron dos jóvenes que apenas hablaban inglés para que firmara el contrato de conexión y les pagara 1500 rupias (unos 26 euros), que corresponden al pago del primer mes y del módem. Uno llevaba el boli y el otro las hojas. Por así decirlo.
Esta mañana llegaron los que me iban a instalar la línea. Éstos si que ni papa de inglés. Resulta que, la chica española que vivía aquí tenía conexión a internet. De hecho, algunas habitaciones conservan las típicas clavijas para conectar el teléfono. Pues se ve que en este país cuando un cliente nuevo pide este servicio no le mantien la instalación y le empiezan a cobrar, sino que joden todos los cables que habían puesto la primera vez (aunque sea la misma compañía) y conectan unos nuevos de la red al apartamento.
Pero cuando creía que ya me iba a poder conectar, faltaba el módem. Así que espera a que venga por la tarde el tio del módem para conectarte, por fin, con tu nueva instalación a la red.
Sobre las 19h he vuelto a casa y me he encontrado al técnico con el módem en la cancilla de entrada. Bueno, cuando digo técnico me refiero a LOS técnicos. Porque aquí, para conectar un módem (externo, de estos que puedes llevar de un lado a otro) de la línia al pc, ¡¡¡te vienen 3 tios!!!
Total, que tras la visita de 7 personas por mi casa en diferentes horarios y con poquísimas funciones, ya tengo internet. Aunque es la velocidad más alta que ofrece el país,me tengo que conformar con 256. Sin embargo, lo importante es que ya estoy online.

Mika en Kuki's

Ayer salí de fiesta por primera vez de fiesta desde que estoy en Delhi. Primero fuimos a cenar a un restaurante de bastante caché unos siete españoles, algún italiano y un par de indios para celebrar el cumpleaños de una chica italiana. Cumplía 29. Tanti auguri Sara.
El local, cuyo nombre no recuerdo, tenía buena presencia, buen servicio, y hasta contaba con la actuación en directo de tres cantantes-músicos que amenizaban la cena con sus canciones locales. Bien, más que amenizar, no dejaban oir lo que te decía el que tenías delante. La cocina estaba situada antes de entrar al restaurante, así que podías ver cómo una legión de cocineros impolutos preparaban las salsas, carnes y verduras en unas grandes planchas metálicas. Todo un gesto de transparencia culinaria que se agradece de vez en cuando.
Después de comer bastante bien, aunque pagando mucho más que de costumbre (620 rupias, es decir, unos 12 euros), unos cuantos decidimos rematar la velada en una discoteca que no distaba mucho del restaurante. Bueno, yo más que decidir me apunté al carro, como llevo haciendo desde que llegué.
Así que unos en sus motos y otros sus en coches (aún no me he acostumbrado a ir de copiloto en el asiento de la izquierda) nos plantamos en pocos minutos en el Kuki's. De camino Manoj me sorprendió una vez más cantando, esta vez, la canción de Ave María, de David Bisbal. ¡¡El muy cabrón se la sabe mejor que yo!!

El nombre de la disco ya lo decía todo, un intento de ser "cucos", hasta ek último detalle. El local era de mucho caché. De hecho, había 'gorilas' en la puerta, lista de invitados y demás parafernalia que no contaba ver en la India.
El portero nos quería hacer pagar 1000 rupias (20 euros) por persona, y es que la pinta que llevábamos no iba mucho en la línea que Kuki's quería vender. Pero después de regatear (aquí se regatea todo), pudimos entrar por 500 cada uno. Los primeros minutos estuve un poco absorto pensando qué podía hacer con esa misma pasta. Comprobar que era lo que me costaba la la señora de la limpieza 15 dias no me satisfacía, y pensar que era la mitad de un mes de internet en casa con la mejor conexión que ofrece el país me llegó a enfurecer. Pero no quise parecer ratilla ni asocial, así que aporté mi billite de 500 como todos. Además, me apetecía mezclarme con la jet india y conocer así todos los escalafones que componen esta compleja sociedad.
Una vez franqueda la puerta, el Kuki's no tenía nada de especial. Era como cualquier discoteca fashion que te puedas encontrar en Madrid o Barcelona, pero con la diferencia de que a sus puertas duerme gente en la calle y pasean chuchos sarnosos mientras que a sus adentros mueven el esqueleto las clases pudientes de la ciudad.
El local estaba lleno de camareros vestidos de uniforme, y las dos plantas superiores que daban cual mirador a la pista de baile eran de acceso restringido. La decoración era, como ya he dicho, moderna y elegante, aunque algunos detalles te hacían recordar que te encotrabas en la India.
Al poco de llegar y tras pedir unas cervezas (la Fosters es inbebible) me fijé que entró al local un grupo de empresarios, unos cuantro, que tenían muchos puntos de ser españoles. Con calvas brillantes y canas de más, destacaban bastante en el local. Ellos, como yo, dejaron el baile para otro día y se dedicaron a observar el ambiente.
Kuki's estaba repleto de chicas guapísimas. Y cuando digo guapísimas no me refiero a que viera un para que estuvieran bien y que las demás fueran normalitas, sino que un altísimo porcentage de las chicas que bailaban a mi alrededor eran aunténticos modelos de piel fina. Vestían ropa occidental (incluso llevaban las zapatillas de poperas que se han puesto tan de moda ahora en España) y no paraban de hacerse fotos con sus cámaras digitales y sus móviles de última generación. Está claro que esta juventud no provenía de los arrabales de Delhi.
En lugar de bailar con el grupito de españoles que estaba dándolo todo en la pista, me dediqué a observar al personal y, ciertamente, me satisfajo más. Me hizo esbozar una sonrisa ver un par de sijs (los del turbante y barba) que bailar a tope la canción Take it easy (de Mika) y las chicas más jovenes, beodas del todo, riendo y corriendo de un lugar a otro. Algunas de ellas, en momentos de éxtasis, se ponían a bailar descalzas.
Pero el cuerpo no aguantaba más y tras dos horas y pico de canciones indias y europeas a partes iguales tenía más ganas de cama que de otra cosa. Me esperé a que todos se fueran, aunque no sé por qué lo hice, ya que al salir del local tome un rickshaw* y me fui a casa. Me pareció que volví a la tierra cuando, al salir del garito, me acerqué a un grupo de estos vehículos que estaban aparcados a pocos metros. Dos los conductores compartían habitáculo para transmitirse calor mientras dormían. Mientras, a escasos metros, jóvenes guapos, elegantes y formados sudaban la gota gorda bailando desenfrendos rítmos europeos.
El traslado a casa, que en esos momentos agradecí tanto y por el que que hubiera pagado una barbaridad, me costó 50 rupias (unos 90 céntimos de euro), mientras que bailar un par de horas en un local al que me daba pereza entrar, me salió por 500. C'est la vie.


*
Los rickshaw son las calesas impulsadas por un ciclista, es decir, con fuerza animal. Los autorickshaw, en cambio, son aquellas impulsadas a motor por una especie de moto. Aunque en los escritos siempre me refeiero a rickshaws, para economizar el lenguaje, hablo en realidad de esta segunda clase.

18 enero 2008

Chez Karim's

El restaurante Karim’s se encuentra en un callejón lleno de vida, delante de una mezquita y en pleno barrio de Nizzamudin West. Por estas callejuelas abundan los vendedores ambulantes, pedigüeños y indios musulmanes ataviados, eso sí, con sus respectivos “gorros” (Atlasikat) y portando barbas oscuras y rizadas. A Karim’s he ido a cenar con Agus, que ya ha vuelto del Pakistán, y Manoj. Ambos viven a tiro de piedra del restaurante. Aunque hemos salido tarde de la oficina, por culpa de la guerra que se está generando en Sri Lanka y sobre todo por culpa de un atentado en Peshawar, el restaurante estaba lleno a rebosar. Tiene tres plantas y está enmoquetado. Parece que sea bastante de lujo, aunque sólo es la primera impresión.
Hemos pedido cerebro de no sé que (muy rico, por cierto), cordero con salsa, pan (no roti, sino otro más alargado y menos grasiento) y pan dulce. Para apaciguar la sed que provoca esta comida: agua. Tras la cena nos han traído anís y azucarillos diminutos para el aliento y un bol con agua caliente y limón. Creo que me estoy bien acostumbrando. Está claro que después del tiberio que nos hemos metido traeré a todas mis visitas a este lugar.
En menos de una hora nos hemos ido del local. Agus tenía una cita, Manoj se iba para casa y yo aún tenía que coger un rickshaw para llegar hasta New Friends Colony. Ya en mi hogar, he doblado la ropa seca que limpió Radu y me he duchado. Me he puesto de fondo Antònia Font, cuya música me ha acercado temporalmente a mi tierra. La verdad es que la marcha de Pau y sus amigas al Rajastán han dejado vacio mi apartamento.
He hablado con mi iaia y con mi madre, que me ha contado los detalles de su futura visita. Me ha entrado momento sensible al sentir sus voces y al escuchar qué contaban de mi familia, mi perro o del futuro primo que nacerá en marzo. También pienso en qué estarán haciendo mis conocidos, amigos, primos o hermana en cada momento. Y me entra algo de morriña. Creo que hasta que no esté del todo ambientado, las pasaré un poco canutas así, solo en casa. Pero bueno, supongo que es una prueba que hay que superar. ¿Quién coño me mandaría embarcarme en esta aventura? Pienso a menudo.
Ahora estoy estirado en mi cama, mi gigante y solitaria cama. Escuchando música y esperando su llamada. Mientras, le daré un toque mi padre, a ver que me cuenta.
Y nada, por fin es viernes. Así que, a disfrutar el fin de semana.

Cocina de autor

En esta imagen, y para satisfacer las ansias de mi familia, que se empeña en ver una prueba de que aún sigo vivo, Pau (izq) y servidor (dcha) cocinando pasta con cebolla y tomátes fritos el pasado viernes (ya me he afeitado, tranquilos).
Uno de los retos de mi aventura era coger una gastroenteritis y adelgazarme hasta llegar a mi peso de equilibrio (siempre superado), aunque el bajo precio de los alimentos aquí y la robustez de mi estómago me hacen pensar que no conseguiré tal propósito.
Pd. ¿Qué cocina no es de autor?

17 enero 2008

Cláxones en do menor

Una de las cosas que más sorprenden de Delhi, y que he comentado con anterioridad, es el ruido que hacen todos los vehículos que circulan por sus calles con sus cláxones. Son timbres de diferente sonoridad, acorde con el tamaño del vehículo, y suenan con desigual frecuencia, según el carácter del conductor.
Aquí, a diferencia del mundo desarrollado, pitan no sólo para advertir de un peligro, sino para avisar cualquier movimiento. Es más, muchos coches, camiones o rickshaws que van en línea recta, sin otros vehículos cerca y sin ningún peligro al acecho, pitan sin cesar.
Paradójicamente, la mayoría de conductores –hay muy pocas conductoras- no se ofenden ni pitan cuando otro vehículo les invade el carril de golpe y porrazo o les cierra el paso. Mientras en Barcelona yo pitaría mucho más que aquí en el segundo caso, en el primero no se me ocurriría hacerlo.

El Golpe

Tenía que pasar, y pasó. Anoche, al salir de la oficina me propuse coger un rickshaw para volver a casa. Eran sobre las 21:45 y el cielo estaba totalmente oscuro. Me situé a un margen de la avenida más transitada y que está más cerca de donde trabajo. Por allí pasaban, de manera intermitente por culpa de un semáforo que está a escasos cien metros más adelante, decenas de coches y motos. Todos pitando, evidentemente. Era el tercer día que me costaba encontrar un rickshaw libre, ya que los pocos que pasaban estaban ocupados –aunque hay que levantar igualmente la mano porque nunca sabes si van con pasaje o están libres.
Finalmente paró uno y, contra todo pronóstico, me cobró 50 rupias (poco menos de un euro) para llevarme hasta la puerta de mi casa, que está a unos 8 quilómetros. Cuando estaba absorto escribiendo un mensaje de móvil, y mientras el vehículo sorteaba los coches que atestaban el ‘Ring Road” (una especie de M-30 madrileña o Cinturó de Litoral barcelonés), chocamos contra el coche de delante, que estaba parado. El golpe fue repentino, y sonó a cristales rotos y hierro golpeado. El conductor del coche golpeado bajó, en mitad del tráfico, para ver los desperfectos, pero apenas echó una ojeada del trasero de su vehículo, volvió al volante y se fue. Mi conductor, en cambio, se apartó como pudo hacia el lateral de la vía (muy transitada en esos momentos) y me dijo que no podía continuar. Me dejaba tirado en una pseudoautopistas, lejos aún de casa, y encima me quería cobrar. Le dije que ni loco, aunque me dio pena y le di 10 rupias. Espero que le alcance para algo en la reparación que le viene encima.
Por suerte otro rickshaw paró a escasos metros de mí y, como ángel salvador, me subí en él sin apenas negociar el precio. Cuando ya estábamos de camino llamé a Manoj y le dije: “Manoj, necesito una moto con urgencia. Mañana te llamo”.

16 enero 2008

La suite solitaria


En este lecho duermo cada noche. Con el cuerpo cubierto por un bonito edredón japonés y con parte de la mente aún en otras latitudes. Detrás de las cortinas se esconde el patio de un colegio, y a mano derecha (no aparece) el baño y la puerta que comunica con el piso. Más fotos en breve.

15 enero 2008

Vaca a la vista


Para todos aquellos que me han preguntado sobre si he visto ya alguna vaca en Delhi, la respuesta es: sí. Concretamente en el centro de Old Delhi.

Jugando a ser burgés

El cambio que ha sufrido mi vida en los últimos días se ha visto acentuado hoy. Por si independizarme de casa e ir a vivir al extranjero (y que es extranjero sea un país como la India) fuera poco, el nuevo cambio que debo incorporar a mi vida es que cuento con señora de la limpieza.
Lo que mis padres tardaron años en conseguir (¡y eso que la suya viene un par de veces a la semana y la mía viene cada día!) yo lo tengo a la semana de emanciparme, aunque sea un lujo temporal e imposible de mantener a mi vuelta.
Responde al nombre de Radu. Es pequeñita, de piel oliva casi negra y muy risueña. Va descalza por la casa y lleva un par de anillos adornados con brillantes falsos en dos dedos de sus minúsculos y aún más oscuros pies. Me sorprende su amplia sonrisa, inmutable pese a las horas de autobús que tiene que sufrir cada día. Contar con una visita diaria de Radu me saldrá a menos de las antiguas tres mil pesetas al mes. Si soy sincero, me da reparo pagar este precio por un trabajo tan desagradable, pero es el precio local. De hecho, la mayoría de personas aquí cobra mucho menos que Radu. Eso me sirve, como mínimo, para no sentirme mal. Y es que en este país tienes que relativizar las cifras y contextualizar la realidad. Debes tirar a la basura el prisma occidental con el que ves el mundo, la familia, el trabajo o el país y hacerte unas gafas nuevas. De otro modo no ves la India.
Pues bien, Radu tiene los deberes de limpiar el piso en general, los baños (sí, en plural), lavar la ropa (eso lo agradeceré al no contar con lavadora), la cocina y los platos sucios. Esta última labor, sin embargo, me gusta hacerla a mí, aunque en mi fregadero no puedo apoyar la cabeza contra ningún armario mientras enjuago la vajilla.
El único defecto que tiene Radu es que no habla inglés. Bueno, ni lo habla ni lo entiende. Además, no sabe leer ni escribir. Así que hoy, que era su primer día, me las he pasado canutas para hacerle entender con señas de que ya podía irse y que mañana ya le compraría los productos de limpieza que le faltaban. Ella, siempre sonriendo, insistía en limpiar mi habitación. Y yo, en cambio, insistía en seguir durmiendo un poco más.

Preguntas inútiles

Supongo que a estas alturas resulta innecesario que me pregunte por qué hay muchas máquinas de detectores de metales instaladas en lugares como el metro, los ministerios, algunos centros religiosos y mercados, cuando los policías que las custodian (si es que hay alguien que las custodie) no mueven un dedo al oír los pitidos tras el paso de cualquier ciudadano que las franquee.

Old Delhi

Lo que más te sorprende de Old Delhi, el casco antiguo de la capital india, es que no hay calle o callejón por la que camines tranquilo. Siempre hay gente con prisas que te golpea, transportistas de mil mercancías diversas, bicis, vacas o perros. A menudo tienes que esquivar socavones, cloacas abiertas o personas que yacen estiradas a plena luz del día. La tipología de la ciudad no difiere mucho de las antiguas metrópolis de otros países en vías de desarrollo. De este modo, la lógica de sus calles y el ambiente que se respira se parecen, por ejemplo, al caos de Fez.
Paseando sin rumbo hemos visto diferentes barrios. El de los joyeros, el de los vendedores de ropa y una calle con muchos bares. Ha sido muy impactante (y a estas alturas ya hay poco que me impacte) ver una decena de mendigos agachados a las puertas de los bares esperando que les den comida. Sucios hasta el negror más puro y con el pelo acartonado, aguardaban cual paloma coja su ración diaria. En otro restaurante, otra decena ya “degustaba” con la mano el arroz mano que les habían servido minutos antes. Esos sí, siempre agachados y hablando entre ellos.
También me ha pasmado que, a escasos metros de donde esta escena tenía lugar, hemos encontrado una boca de metro tras la que se hallaba un recién inaugurado servicio de transporte público. Esa parada y el metro que cogimos en ella (tras el pago de unos 13 céntimos de euro), no tienen nada que envidiar a los metropolitanos de cualquier ciudad europea. El metro consiguió llevarnos en pocos minutos del caos y la miseria a otra ciudad bien distinta: Nueva Delhi.

Mercado de Lajpat Nagar

Este difícil nombre corresponde al mercado generalista –pues vende, literalmente, de todo- que está más cerca de mi casa. Allí es donde me dirigí ayer con Pau para comprar los objetos de primera necesidad que faltaban en mi nueva y desangelada casa: mantas, sábanas (adiós al saco de dormir), almohadas, alfombra de baño y utensilios básicos para la cocina. El mercado está situado en todos los bajos de numerosos edificios de alturas desiguales y construidos sin ton ni son. El orden urbanístico no parece una prioridad para el ayuntamiento de Delhi. Y con razón.
Poco a poco ya me voy familiarizando con la técnica del regateo, aunque aún me cuesta horrores no dejarme timar. Hemos tenido que visitar muchos locales antes de comprar las sábanas y mantas que finalmente he adquirido. La belleza de los productos brillan por su ausencia, así que me he despedido de la romántica idea de decorar mi piso ‘con gusto’, y he cambiado el eslogan por ‘decorarlo y punto’.
Pau me ha ayudado a limpiar los platos, vasos y la cocina en general, y a hacer por primera vez mi cama King-size (será enorme cuando él se vaya). Una vez mi nuevo hogar ha estado al día, hemos cocinado pasta con salsa de tomates y cebolla frita (ha salido buenísima) y hemos visto una peli mientras cenábamos: The Final Cut. Un coñazo, no perdáis el tiempo con este bodrio. Luego, a dormir.

...fiesta americana indigesta

El otro día fui a la primera “fiesta” desde que estoy en Delhi. Pau, Manoj y yo nos dirigimos en coche a casa de una chica americana que vivía en un barrio "bien". Nos costó lo suyo encontrar el bloque dentro de la urbanización ya que era de noche y los vigilantes que custodian todos los edificios del complejo nos indicaban mal cada vez que requeríamos sus servicios. Los pobres tienen que pasar toda la noche a la intemperie, pasando frío en invierno y calor en verano, a la espera de un ladrón que no llegará. Una vez dentro del (enorme) piso, nos costó visualizar a otros amigos españoles que habían acudido a la fiesta, ya que decenas de norteamericanitos (entre los que se encontraban el negro, la china, la gorda, la rubia y el guaperas de turno) barraban el paso en el vestíbulo y los pasillos. Después de charlar un rato con un tipo algo ido, Pau y yo salimos a charlar a la magnífica terraza. Allí fue donde, con una copa en la mano y rodeado de jóvenes con un futuro prometedor -a juzgar por sus currículos-, me sentí un poco mal, moralmente hablando. Mientras nosotros disfrutábamos de música, bebida y una casa de lujo, millones de personas dormían a esas mismas horas por las calles de la ciudad (y país) y unas pocas estaban pasando frio a escasos metros y vigilando la atalaya en la que nos encontrábamos.

Cena con Manoj*

El viernes pasado fui a cenar con Manoj y Pau a un restaurante muy bueno y barato. Pau es un amigo que conocí hace un par de años en un viaje a Malta. Desde entonces no nos habíamos vuelto a ver, aunque creo que nos caemos bien y nos tenemos confianza desde que nos conocimos. Resulta que Pau, que terminará Telecos en breve, estará un mes de viaje por la India, junto con su novia y la hermana de esta, antes de dirigirse a Australia por un periodo de 5 meses, donde acabará su carrera. Mientras esté en Delhi, mi casa será su casa.
Pero volvamos al restaurante. Manoj, el indio que escucha Camarón de la Isla, nos llevó a cenar el viernes a un sitio muy bueno en Nizzamudin West, su barrio. Allí degustamos pollo y ternera con diferentes salsas, pan indio (roti) y arroces. Todo riquísimo y muy barato. De hecho, aunque comimos hasta reventar, nos salió la cuenta a menos de dos euros por cabeza. Al terminar la cena (en la que Manoj, como buen indio, comió con la mano derecha) nos trajeron un bol con agua caliente y una rodaja de limón a cada uno para que nos limpiáramos las manos. Y lo necesitábamos, ya que nuestros dedos brillaban a rabiar después de haber comido sin cubiertos. Además, nos sirvieron una bandeja con granos verdes de anís para que los comiéramos y nos refrescara el aliento, que buena falta hacía. Al salir, fuimos a buscar su coche y nos dirigimos a un...

*La imposibilidad de escribir sobre lo que hago cada día ni publicar a diario me obliga a cambiar de tiempo verbal. El pretérito perfecto toma las riendas, a partir de ahora, de este blog.

Esos mocos negros…no los quiero ver sacar

Adaptando la canción de los ojos negros, de Duncan Dhu, bien se podría hacer una versión india con esta letra gracias a la polución que se respira en las calles de Delhi. Salir de casa no sólo significa dejar atrás la tranquilidad de tu hogar sino también el aire puro porque, una vez en la calle, el humo que sueltan los coches, camiones, autobuses y rickshaws, junto con el polvo que flota en el ambiente, provocan que en pocos minutos la nariz se te llene de mocos. De mocos negros.

10 enero 2008

Bin Laden a ritmo de Camarón

Muchas cosas han pasado en mi segundo día en Delhi. Tantas, que ha cambiado mi estado de ánimo, de pésimo a mejorable. La primera cosa que hago por la mañana es comprarme una tarjeta Vodafone en Kahn Market (sí, ahora ya sé donde está). Me sorprende el bullicio que se respira en este centro y sus aledaños en comparación con la solitud que reina por la noche. Mujeres pijas con piercings en la nariz se mezclan con desaliñados vendedores de todo tipo de objetos formando una amalgama de colores, olores y vestimentas del todo variopintas. Ahora, con un número de teléfono indio me siento mucho más integrado, paso necesario para conseguir un bienestar emocional que tanto me falta en estos momentos. Después hago otras gestiones, como fotocopias del pasaporte y del visado así como fotos de carnet para mis futuras acreditaciones. Y es que, en sólo dos días, he comprobado que la India tiene, entre muchas otras enfermedades, el mal de la burocracia.
Antes de volver a New Friends Colony para dar la paga y señal a mi casera, decido llamar a Manoj, un amigo y medio vecino de Agus que habla muy bien el español, pues trabaja en la embajada chilena. Me dice que justo ahora sale del trabajo y que me pasa a buscar en media hora. Me calzo, me lavo los dientes y antes de que me dé cuenta ya suena el timbre.
De buenas a primeras me impresiona su dominio del castellano. Pero a los pocos minutos de conversación eso deja de chocarme y lo que verdaderamente me sorprende es lo guasón que es. Chistes constantes, uso de un vocabulario español barriobajero y una irremediable incontinencia verbal lo definen. Además, cuando habla se parece al Yoyas, ese macarra del tres al cuarto que concursó en el Gran Hermano, aunque en versión maja.
Me acompaña a sacar dinero en un par de cajeros. Impresiona conseguir en unos segundos lo que tres cuartas partes de los indios no ganan en su vida. Ya en el 121 A Block de New Friends Colony le presento a Uma. También se encuentra en la casa Tamil, el hijo cincuentón y soltero que vive allí también. Manoj alucina con lo amanerado que es este hombre que trabaja como abogado en la Corte Suprema de Justicia de la India y no cesa de decirme comentarios burlones con disimulo.
Le doy la paga y señal, tomamos un té con pastas, muy ricas ambas cosas, y me voy de cervezas con Manoj. Charlamos durante un buen rato en un bar confortable, y aprovecho para hacerle mil preguntas: sobre las castas, tradiciones, estudios, dote, trabajo etc. En media hora caen muchos mitos sobre esta miscelánea de culturas y se construyen nuevos enigmas. Al pedir la cuenta Manoj me guiña el ojo y oigo como le dice al camarero alto y claro: “Bin Laden”. Éste, ante mi estupefacción, no dice nada y va a buscar la cuenta detrás de la barra y nos la trae. Rápidamente le pido a Manoj qué coño le ha dicho en hindi, y me explica que en esta lengua Bill Lade (muy parecido fonéticamente a Bin Laden) significa “tráigame la cuenta”. Que tiemblen todos los camareros de este país pues a partir de hoy seré siempre yo el encargado de pedir la cuenta.
Nos desplazamos ya negra noche hacia el distrito de Defence Colony. Nos dirigimos a un bar en el que nos esperan una italiana que lleva un año trabajando en la embajada de su país aquí y otro italiano que trabaja para la ONU. Mucho caché para un simple becario de Efe. Cenamos, charlamos y nos despedimos en la calle bajo una incipiente lluvia. Tras sortear las primeras vacas que veo desde que estoy aquí nos metemos en el coche y nos Manoj me acompaña a casa.
Conduciendo a toda prisa por las calles vacías y sin previo aviso pone Camarón en el reproductor del coche. Alucino que conozca a esta leyenda del flamenco. Para más inri, se conoce las letras de memoria. Al ver mi estupefacción me deleita con otra genialidad: “Camarón no está mal, pero prefiero las letras de Sabina o la música de Mecano”. Y se queda tan ancho. Así, mientras observo callado el pasar de las calles, Manoj, extasiado por la música conduce velozmente por la noche de Delhi. Así, entre Bin Laden y Camarón termina mi segundo día en este gran país.

09 enero 2008

Namasté

Nueve horas deambulando por el gigantesco aeropuerto de Heathrow más un vuelo de siete horas y media clavado en el asiento no me impidien que llegue con ganas a la capital de la India, Nueva Delhi.
Cuando el 747-400 de British Airways se dirige hacia la terminal puedo contemplar las obras de ampliación –o lo que sea- que están llevando a cabo en el Indira Ghandi Airport, y se me antojan enormes, proporcionales al gigantesco país que es India.
Nada más bajar del avión, y antes de pasar un control aeroportuario de risa, me dirijo al lavabo para evacuar todo el líquido ingerido en las últimas ocho horas. La verdad es que resulta reconfortante mear en una recién estrenada taza de Roca. Se les habrá acabado eso de invertir en España, pero en la India todo es empezar.
Una vez pasado el control franqueo la puerta que da al hall, donde decenas de turbantes con barbas que sostienen en pizarras improvisadas nombres que no son el mío. Salgo de la terminal al tiempo que un presunto ladrón (a juzgar de los gritos y empujones que le da un joven policía con un inmaculado bigote negro) y me encuentro inmerso en la jungla. Ruido, suciedad, y olores penetrantes. Bienvenido a la India, pienso a mis adentro.
Aconsejado por mi nueva jefa tomo un Prepaid Taxi, un servicio transparente y barato de transporte, y me dirijo hacia la sede que tiene Efe en Nueva Delhi, concretamente al barrio de Jor Bagh. El camino es tortuoso pero gracias al novedoso paisaje se me pasa volando. Durante la hora de trayecto, por una autovía primero y callejeando después, el conductor sortea con acierto aunque retando siempre a la colisión numerosas bicis, coches, rickshaws, viandantes, cojos y animales variados. Los carriles estampados en un pavimento irregular sirven, honestamente, sólo de decoración. Aparte del caótico pero regulado tráfico y de la polvareda que levantan los vehículos constantemente, hay otra cosa que me llama mucho la atención: la multitud de personas que deambulaban en tierra de nadie, por aceras, campos, carreteras, sentados en los arcenes…gente sin rumbo. Aunque la infernal sinfonía de cláxones que reina en la ciudad a todas horas me abstrae de todo pensamiento.
Me sorprende, sin embargo, que aunque en esta estampa gobierne el caos, el desorden, la suciedad, el polvo y la fetidez, todos aquellos hombres que por motivo de trabajo llevan uniforme –miembros del ejército, reguladores de tráfico, vigilantes etc.- lo hacen de una manera impecable: limpios, planchados y ajustados al milímetro.
Poco antes de llegar a la oficina el taxista me coge desprevenido y me obliga a bajar del vehículo en una gasolinera en la que paramos a repostar. Me tranquiliza ver a más clientes de otros taxistas en la misma situación, esperando de pie a su chóferes. Ya en la delegación, modesta pero apañada, conozco a los que serán mis compañeros durante el próximo año.
Y sin tiempo ni para descansar cinco minutos me hago acompañar por el chófer con el que cuenta la delegación a ver la casa que tenía acordada desde España. Shiw, un joven de 25 años y aparentemente reservado se casará en breve.
Al llegar a New Friends Colony (el nombre de la urbanización en la que viviré), me recibe la señora Tamil, con la que mantengo una conversación cordial. Es una mujer de unos 70 años, afable y misteriosa. Su padre, que aparece retratado junto a Gandhi (Mahatma, que no Indira) en un cuadro que cuelga del amplio comedor fue un luchador por las libertades, o eso defiende ella. Aunque eso no le impide subirme el precio del alquiler de una manera bárbara. Tras enseñarme lo que será mi nuevo apartamento, enorme por cierto, nos despedimos con un Namashkar.
El último viaje entre bicis, rickshaws y peatones suicidas me acerca al ático que mi buen amigo Agus (y eso que aún no lo conozco en persona pues está en Pakistán cubriendo las elecciones) tiene en Nizamuddin East. Otra “urbanización” cerrada, aislada del mundanal ruido y con coches más que decentes aparcados delante de las casas. Esos sí, las calles apenas están asfaltadas.
Dejo la maleta, me estiro por primera vez en una cama tras casi 30 horas de viaje y me relajo. No puedo dormir. Me conecto a internet (le he tomado confianza a este chico que sin apenas conocerlo ya me ha dado de todo) y leo algo. Por la noche quedo con Marta, una chica de Barcelona que hace una semana que llegó a Delhi y que antes estuvo en la delegación de El Cairo. Un par tiene la moza.
Quedamos en Kahn Market, aunque el conductor del primer rickshaw que tomo me tima y me deja en otro lado. Tirado. Es oscuro y por las calles sólo se ven sombras. Algunos cuerpos estirados y otros arremolinados entorno a pequeñas hogueras. Sí, estoy en el centro de Delhi. Ando un poco y la llamo. Me dice que lleva más de 20 minutos esperándome donde habíamos quedado, delante del City Bank. Descubro entonces que no es el mismo City que tengo a mis espaldas. Cojo otro rick y con la práctica del regateo (ejercicio que, a diferencia de mi madre, odio) me sale mucho más barato. En diez minutos me planto en el sitio correcto. Entramos en un bar bastante moderno y tomamos un par de sándwiches bien grandes. Charlamos un poco y nos despedimos en la calle. Gentilmente le dejo que coja el ricky que está libre. Yo espero en la oscuridad de la noche a que aparezcan más. El primero que para me pide 60 rupias. ¡Qué robo! Es mi primer día pero ya sé que me está estafando. Como es tarde y ando algo cansado al segundo que se para le acepto 40 como moneda de cambio.
Surco las calles de la ciudad ahora vacía. Una brisa bastante fría se cuela por los laterales del vehículo y me tengo que proteger el cuello. Llegamos a la urbanización. Hay un vigilante acompañado de tres o cuatro…¿amigos? Mira la parte posterior del vehículo, donde estoy sentado yo, y, antes de que abra la boca para explicarle que vivo aquí temporalmente, ya está levantando la barrera. Al traspasarla –la ponen sólo de noche- subo los tres pisos de rigor y me cuelo en casa.
Me conecto de nuevo a internet. Gracias a Skype, que con toda probabilidad salvará mi vida social de Barcelona durante este año, hablo con mi familia y con ella. Me acuesto e intento dormir. Pese al cansancio y el trote de todo el día no lo consigo. No ayuda que los coches sigan pitando sin motivo mientras circulan por las calles ni que los trenes que pasan cerca se apunten al concierto de bocinas. Luego son unos cuervos los que me la juran. Y sobre todo mi cabeza, que se encuentra más en la calle Borrell que en B-10 de Nizamuddin East.
Finalmente el sueño gana la partida y me adormezco enroscado a la manta.