23 septiembre 2011

¿A Santarém en un santiamén?


No precisamente. El viaje en barco desde Manaos a Santarem me apetecía mucho. Se trataba de convivir con locales en un ferry que baja despacio el Amazonas durante más de...30 horas! El lunes compré el billete en la garita del puerto de Manaos, aunque sé que en la calle los revenden más baratos -sin garantías-. Y después despedirme de Balark y Tulio, los chicos que me hospedaron gentilmente en su casa durante más de cinco días, el martes temprano me planté en taxi en el puerto. El taxista, timador nato, ya me dejó en el mercado del puerto y no delante de la terminal de salida, donde yo le indiqué. ¿La causa? Pues que desde allí salían unas lanchas pequeñas que te cobran unos 10 euros para llevarte al puerto, que estaba 20 metros, e imagino que dicho sujeto cobra comisión. Evidentemente los mandé a paseo y me fui andando al muelle donde decenas de barcos coloridos (que parecen más las Golondrinas que no ferrys de transporte) aguardaban a salir. No eran ni las 7 de la mañana que ya había colgado mi hamaca en la segunda planta del barco. No recomiendan que la pongas en el piso de arriba porque la música del bar es ensordecedora ni tampoco en la planta baja, donde está el motor. A las 8, puntuales, salimos de puerto, pero cual fue mi sorpresa al ver como el barco se desplazaba sólo 20 metros y atracaba en el muelle donde estaban los lancheros timadores. Empezó a subir gente: hombres y mujeres solos; familias enteras; madres solas con hijos y gente mayor. Las hamacas proliferaron y pasé de estar cómodo a sentirme una sardina. Tuvimos que esperar hasta las 13 horas para salir oficialmente de Manaos.

Cerca de Manaos hay el encuentro de las aguas -Solimões y río Negro-, aunque tengo que reconocer que no lo pude apreciar bien. Y pasada está desilusión...monotonía. Horas y horas de un mismo paisaje, un Amazonas inmenso por el que nos cruzábamos barquitas insignificantes de pescadores y también barcos de carga gigantes. Durante el trayecto poca cosa se puede hacer excepto leer; descansar en la hamaca; hablar con pasajeros y mirar la foto fija que es el paisaje.

Hicimos sólo tres cortas paradas, y en una de ellas subieron unos diez policías federales (con armas, guantes y perro reglamentario) para inspeccionar el buque. Todo el mundo se tuvo que apartar de sus maletas y tras media hora de revisión nos dejaron proseguir. Llegamos a Santarem ya de noche, cuando el reloj marcaba las 22:30 hora local (una hora más que Manaos y cinco menos que España), y cuando hacía casi 40 horas que servidor deambulaba por el barco. Por suerte conocí un grupo de alemanes que querían ir esa misma noche a un pequeño pueblo de pescadores que se encuentra en la costa del Amazonas: Alter do Chão. Después de mucho regateo cogimos dos taxis e hicimos a toda velocidad los 36 kilómetros que nos separaban de Santarem. 35 grados y 90% de humedad a esas horas no está mal, ¿verdad? Llegamos a un hostal en el que no había ningún responsable, sólo tres colombianos y una alemana que estaban bebiendo caipiriñas. Me senté con ellos y me invitaron a cerveza. Estuvimos hablando largo y tendido. Disfruté mucho de su compañía, su sentido del humor y su generosidad. Se trata de un grupo de tres amigos que están dando la vuelta por Sudamérica en cien días. La alemana, por su parte, se les unió en Tabatinga.

Pasada la meda noche, exhausto, planté mi hamaca y me fui a dormir. Al día siguiente fuimos los cuatro a la playa que hay en la Isla del Amor, un islote que sólo tiene arena unos meses al año y que está a unos 15 metros de la costa. Las barquitas te cruzan el estrecho por 1,5 euros, pero nosotros preferimos ponernos la mochila en la cabeza y cruzar a nado. Tuvimos que arrastrar los pies en vez de andar ya que según cuentan hay rayas en el lecho del río. Pasamos el día tumbados al sol y refrescándonos con la tibia agua del Amazonas. El paraje es simplemente espectacular. Tengo la impresión, no obstante, que aunque ahora haya aún pocos turistas en diez años esto será Lloret.

Comimos un menú generoso por 4 euros en una cantina y dormimos la siesta en la playa. Por la tarde subimos a un cerro que hay en medio de la isla, desde donde se divisa la inmensidad del Amazonas, y más tarde contemplamos desde el agua uno de los mejores atardeceres que recuerdo.

La mañana de hoy viernes los cuatro amigos se han ido hacia Belem, destino al que iré yo mañana. Prefería quedarme un día más de relax en este bonito rincón antes de partir hacia el Atlántico. Tal vez los encuentre el domingo en el nuevo hostal. El día se plantea caribeño: andar pesado bajo el sol camino de la playa, zumos de frutas tropicales y lectura. Ahora es momento de disfrutar, mañana ya tocará pasarme otras cuarenta horas en un barco.

4 comentarios:

Josep dijo...

Les avantatges de la lentitud: dormir, pensar, somiar, contemplar el paisatge,conversar...
Ja saps, l'interessant no és arribar, sinó fer el camí.

Una abraçada

Anónimo dijo...

Más fotos, más fotos!!

Petonets

PD: lo de las rayas no lo he entendido muy bien...

Sílvia dijo...

Com et sents? Estàs complint les teves espectatives? Algun moment d'estrés? Tot sembla fantàstic!!
L'hamaca la vas haver de comprar tu?
Esperem veure't amb l'skype ben aviat.
Cuida't molt.

Mama dijo...

Quina enveja: la platja, la caipirinya, l'aigua...guuuaaauuuu...i nosaltres aquí currandito!Ens conformem amb la festa major de Barna i la fira del vi.
No et preocupis, et guardarem un vinet bo, d'això aquí on ets no crec que hi hagi, o si?
Petó