Una de las cosas más importantes cuando viajo es poder probar cuantos más platos mejor. Me gusta, evidentemente, visitar los monumentos más destacados: iglesias, catedrales o murallas, por poner algunos ejemplos; así como disfrutar de las vistas que me ofrecen playas, valles o montañas. Pero gozo tanto o más hincando el diente a un buen solomillo poco hecho que contemplando el Perito Moreno. En este sentido, debo admitir que durante mi viaje por Sudamérica he gozado más de sus paisajes que de su gastronomía. Si bien es cierto que en Argentina comí la mejor carne del mundo y que en los mercados de Bolivia o Brasil saboreé los zumos naturales más nutritivos que jamás haya probado, no encontré un país con una gastronomía completa, a excepción, quizás, del Perú. En el Perú hay gran variedad de platos, muchos de ellos con pescado, elemento casi invisible en las culturas culinarias de otros países vecinos, y el precio de un menú completo es más que asequible. Pero a parte de la buena carne argentina, el ceviche peruano o la bandeja paisa colombiana, si tuviera que elegir una gastronomía del continente americano me quedaría, sin duda, con la mexicana.
Aún recuerdo la primera vez que siendo niño mi tío me llevó con unos amigos suyos a un pequeño restaurante mexicano de Barcelona; Panchito se llamaba, si no recuerdo mal. Allí entré en contacto por primera vez con un mundo de colores, aromas y sabores desconocidos hasta entonces para mí. Saboreé con ahínco las quesadillas, las fajitas y las enchiladas, y quedé prendido por primera vez con el guacamole. A raíz de ese día, les pedí a mis padres que me llevaran de vez en cuando a más restaurantes mexicanos, la mayoría de ellos situados en el barrio de l'Eixample de Barcelona. Cualquier buena noticia consistía en una perfecta excusa para conocer un sitio nuevo. Y así, entre visitas al Mex&Cal, el Rincón Maya o Los Chiles empecé a conocer más a fondo la gastronomía mexicana, y platos como los chilaquiles o el pozole dejaron de parecerme exóticos. Ahora que ya no hay padres que inviten y servidor se tiene que pagar su factura, sigo yendo de vez en cuando a estos restaurantes, y en ocasiones me animo a cocinar en casa alguno de los platos más sencillos, como las fajitas, que lleno de mil y un ingredientes hasta que apenas puedo enrollar. Con tanta variedad de platos y sabores, no me sorprende que en 2010 la Unesco declarara Patrimonio Inmaterial de la Humanidad la gastronomía de este país. Y después de esta reflexión, noto que me acaba de entrar hambre. Suerte que en la nevera tengo algún aguacate y en la cocina guardo tortitas para situaciones de emergencia como esta. Así que, buen provecho.
1 comentario:
Para mí es fundamental cuando viajo comer la comida del país donde estoy. Me hace sentir más sumergida en su cultura. Me parece lo menos ir a Mc Donalds cuando estás en países tan distinguidos por su comida como México, Perú, Argentina o Brasil. Fui a muchísimos restaurantes mexicanos y noté que, a pesar de las distancias (porque muchos de estos no quedan específicamente en México), el sabor se sigue manteniendo igual en todos los sitios de comida, y creo que tiene que ver con el hecho de que las recetas mexicanas se han pasado de forma oral con una exactitud que pocos pueblos lograron trasmitir!
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