San Pedro de Atacama es un pueblo de calles polvorientas (o barro cuando llueve) lleno de turistas que vienen o van a Bolivia. Las agencias que organizan excursiones se propagan como setas y ofrecen salidas de un día a géisers, lagunas o valles. Llegué de noche y me recibió la lluvia, y eso que esta es la región más seca del mundo. Elegí el International Hostelling, y tras cenar un buen bistec con patatas en un bar, me metí rápidamente en la cama. A la mañana siguiente, durante el desayuno, conocí a una pareja de catalanes muy majos con los que sintonicé rápidamente. Decidimos alquilar unas bicis e ir a visitar el cercano Valle de la Luna. A la excursión se nos unió Gérome, un holandés parco en palabras pero legal. Nada más salir del pueblo me invadió una sensación de insignificante, pues nosotros cinco apenas parecíamos diminutas motas de polvo en medio de infinitas llanuras grises y montañas desnudas de vegetación de múltiples colores rojizos. Nos enfadamos un poco que nos hicieran pagar entrada para atravesar al valle, pero después de visitar la primera gruta de sal, justo en la entrada del mismo, el precio nos pareció una ganga. Alucinamos con las estalactitas de sal y los recovecos de la cueva, y pocos minutos más tarde nos quedamos sin palabras al observar la majestuosidad del Valle de la Luna desde un mirador. Continuamos la ruta en bici y no dejamos de hacer fotos al paisaje de Marte que nos rodeaba. Creo que gran parte de la belleza de esta zona se debe a que no se parece en nada de lo que había visto antes. Al anochecer, y cuando nuestro maltrecho culo empezaba a dar muestras de protesta, volvimos hacia el pueblo.
A la mañana siguiente decidimos alquilar bicicletas de nuevo, esta vez para visitar el Valle de la Muerte y para recorrer en sentido inverso el Valle de la Luna. Puede parecer estúpido visitar dos veces el mismo lugar, pero el rabioso sol que nos iluminaba por primera vez desde que llegamos a San Pedro de Atacama transformaba el paisaje completamente. Apenas nos encontramos otros turistas pedaleando bajo un sol de justicia por rectas kilométricas, y pudimos volver a hacer muchas fotos, esta vez con sol. Al volver al pueblo nos duchamos (en menos de tres minutos, como pedían los carteles que decoraban los baños) y cenamos un bocadillo en un bar.
Cruzando a Bolivia en un jeep
Y el tercer día Lázaro no se levantó, pero nosotros iniciamos un viaje de tres días que nos llevaría hasta la boliviana población de Uyuni. Habíamos contratado un tour con la agencia Estrella del Sur (altamente recomendable) después de contrastar muchas agencias y presupuestos, y el 1 de febrero un pequeño autobús nos trasladó hasta la cercana frontera con Bolivia. Allí, en un prado a más de cuatro mil metros de altura y rodeados de montañas nevadas, almorzamos un pic-nic y nos dividimos en jeeps, no sin antes sellar el pasaporte en una garita tercermundista regentada por un par de agentes aduaneros bolivianos ansiosos de sobornos y presidida por una gran foto de Evo Morales. En nuestro coche viajamos durante los tres días Joan y Esther, un par de chicas noruegas bastante remilgadas y yo. Esa primera mañana hicimos varias paradas en el Parque Nacional Eduardo Avaroa, y cada sitio parecía ser más bonito que el anterior. Llegamos a la hora de comer a una especie de campamento improvisado en medio de la nada, donde disfrutamos de un puré de patatas con salchichas. Dormimos una siesta y luego nos acercamos a la laguna Colorada, donde los preciosos flamencos, ajenos a los turistas que nos agolpamos a la orilla, fueron las víctimas de nuestras últimas fotos del día.
Durante el segundo día paramos en el árbol de Piedra y el Valle de las Rocas antes de llegar al primer pueblo boliviano: San Cristóbal. Casualmente estaban celebrando la fiesta de la Candelaria, y una orquestra de estética medieval hacía las delicias de unos cuantos vecinos borrachos que se entregaban a unas canciones infumables cantadas por una no menos hortera vocalista. El resto del pueblo, ellas vestidas con traje tradicional, coletas largas y sombrero y ellos de chándal o traje antiguo y arrugado, observaban la escena. Después de disfrutar de los primeros paisajes bolivianos nos tocaba ahora deleitarnos con el paisaje humano, y llegar a San Cristóbal (población aislada que vive básicamente de unas minas cercanas) en fiestas fue un auténtico chute de Bolivia. Pero apenas media hora después de llegar, Ever, nuestro conductor guía (al que le lo apodamos whatever, forever, however etc), nos hizo la señal de que debíamos continuar hacía Uyuni, cada vez más cerca. Y a Uyuni, la ciudad pegada al salar más famoso del mundo, llegamos de noche. Nos instalamos en el modesto pero confortable hostal La Roca y fuimos a cenar todo el grupo, entre los que se encontraban franceses, alemanes e ingleses, y con los que entablamos una amistad tan corta como intensa.
Salar de Uyuni
Y el último día, el más esperado por todos, era cuando tocaba visitar el salar de Uyuni, una mancha de sal de más de 12.000 kilómetros cuadrados. El despertador sonó a las 4 AM, ya que la intención era ver amanecer rodeados de sal. Y el madrugón mereció la pena. Ni el escritor más avezado ni el fotógrafo más creativo podrían describir lo que se siente al ver alzarse el sol en medio del salar, donde el blanco de la sal y los reflejos del agua hacen que cielo y tierra converjan y el horizonte desaparezca. Desayunamos en el museo (de sal, cómo no) y luego hicimos las clásicas fotos jugando con la perspectiva. Más tarde nos subimos al techo del Jeep (ése día se nos unió Kaman, una curiosa y divertida chica de Hong Kong que merecería un post entero) y empezamos a surcar el salar inundado de agua. A partir de ese momento no hubo apenas espacio para conversaciones o bromas, ya que todo nos quedamos sin habla. Parecía que el coche fuera una barcaza que se deslizara con calma por un mar de sal, mientras el sol castigaba la superficie y unos pocos hombres cubiertos de cuerpo entero amontonaban este mineral en columnas para más tarde venderlo en Uyuni. Fotos, fotos y más fotos. Exclamaciones de sorpresa y bandadas de flamencos volando al raso. Y antes de dejar atrás este precioso y onírico paraje pudimos descalzarnos y pasear por el salar. El sol nos quemaba la cara mientras los pies, congelados por la frialdad del agua, pisaban los duros cristales de sal. Y así, con el la piel roja, la ropa manchada y encartonada por la sal y una sonrisa de oreja a oreja dijimos adiós al Salar de Uyuni, tal vez el paraje más bonito e insólito en el que he estado nunca.
Lo mejor del San Pedro de Atacama
El paisaje desolador de los valles y el desierto que lo circundan
Alquilar bicicletas a buen precio y recorrer las inmediaciones
El ambiente que se respira en el pueblo
Lo peor de San Pedro de Atacama
La racionalización del agua
Los precios de todos los productos y el abuso de comisiones en el cambio de divisas
Precios de San Pedro de Atacama (1€=640 Pesos chilenos)
Una noche en el hostel IH: 7.000 Pesos (para socios)
Cena completa en el restaurante El rincón de Carmen: 6.600 Pesos
Entrada de estudiante en el Valle de la Luna: 1.500 Pesos
Medio día de alquiler de bicicletas: 3.000 Pesos
Pollo con papas: 2.200 Pesos
Viaje de tres días a Uyuni con todo incluido: 68.000
Audio: Te recuerdo Amanda (Víctor Jara)
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