07 febrero 2012

De vinos y quebradas

A pesar de que los trámites burocráticos para cruzar la frontera chileno-argentina son una prueba de fuego para el más paciente (ya lo he dicho varias veces en este mismo blog), vale la pena llegar a Mendoza procedente de Santiago en autobús. El motivo es la serpenteante carretera que asciende los Andes y que regala unas vistas maravillosas a los sufridos pasajeros.

Nada más pisar Mendoza miré el correo en la misma estación de autobuses y comprobé que Agustín, un coach a quien le había pedido sofá con poca antelación, me invitaba a ir a su casa. Tomé un autobús urbano y llegué a su minúsculo piso, que me recordó mucho al mío de Barcelona. Después de charlar un rato salimos a pasear por la ciudad y cenamos un super pancho (un perrito caliente) regado con cerveza Andes. A la mañana siguiente me desplacé al vecino pueblo de Maipú, zona vinícola por excelencia. En las viñas de esta región se produce más del 70% del vino argentino. Ya en Maipú alquilé una bicicleta y me dispuse a pasar el día de bodega en bodega. Visité unas cinco, y en cada una de ellas caté algún caldo, evidentemente los más malos que tenían. Aprendí algunas cosas sobre el vino y las plantaciones, pero las explicaciones de los guías dejaron bastante que desear. A parte de vino también probé diferentes tipos de aceite y mermeladas. Volví haciendo eses al local que me había alquilado la bicicleta y llegué al centro de Mendoza ya negra noche, donde cené en un bareto.

La mañana siguiente visité el bullicioso y cuadriculado centro de Mendoza, pero a mediodía tomé otro autobús, esta vez dirección a Salta, el noroeste argentino. Mientras leía y esperaba la salida de mi autobús un par de chavales me intentaron hurtar la mochila pequeña que tenía cerca de los pies, pero al darme cuenta se fueron a paso rápido por donde vinieron.

El noroeste argentino
Tenía muchas ganas de visitar la ciudad de Salta y recorrer las quebradas norteñas antes de salir definitivamente de Argentina. Me habían hablado muy bien de la zona, y algunas fotografías que había visto lo corroboraban. Los bajos precios de los hostales y la comida ayudaron a que tuviera aún más ganas de conocer esta parte del país.

Llegué una nublada mañana a la estación de autobuses de Salta, y mientras me dirigía a pie al centro, donde se concentran la mayoría de los hostales, me crucé con los paisanos que iban a sus trabajos o quehaceres. La primera impresión que tuve de la ciudad fue muy positiva. Me gustó pasear por sus calles y contemplar edificios históricos; ver a los lugareños pasear y comer helados en las plazas y parques y perderme entre la multitud en las calles peatonales que conforman el centro comercial. Me impresionaron la catedral y la iglesia de San Francisco, así como el Museo Arqueológico de Alta Montaña (MAAM), donde se puede contemplar la momia de un niño inca de siete años que enterraron vivo hace cuatro siglos en la cima de una montaña a más de seis mil metros de altura. Algo más bajo es el cerro de San Cristóbal, donde subí a pie para contemplar la ciudad. Y después del esfuerzo pude comer una milanesa con papas en el mercado central, a más de cuarenta grados, por apenas 3 euros.

Como los paisajes que rodean Salta también son de gran atractivo contraté dos excursiones con una agencia para poder visitar Cachi (sí, es chachi) y la quebrada de Humahuaca. En la excursión del primer día cinco argentinos y servidor llenábamos un nuevo y moderno monovolumen, manejado por un guía encantador y muy culto llamado Ariel. Subimos por la cuesta del obispo hasta llegar a los 4.000 metros de altura, y una vez allí cruzamos el parque Nacional de los Cardones, donde hay una recta de más de 15 kilómetros (trazada inicialmente por los Incas) y millones de cactus. La excursión acabó en el bonito y pequeño pueblo de Cachi, donde a pesar de la invasión turística que sufre cada mañana mantiene aún su espíritu rural y tranquilo. En Cachi y en Salta fue donde empecé a ver población indígena, vestidos con sus atuendos tradicionales y dedicados a la vida de campo. A estas alturas aún me sorprende que la gente con la que coincidí en un comedor muy económico en Cachi, por ejemplo, sea tan argentina como los ejecutivos con blackberry que andan apresurados por el centro de Buenos Aires.

La segunda excursión fue a la espectacular quebrada de Humahuaca, un paraíso para cualquier geólogo. También me tocó madrugar, y el inicio del día se me hizo duro, ya que la noche anterior conocí a Víctor y Carlos, un par de madrileños muy majos que están estudiando en Buenos Aires y con los que me fui de parranda. A nosotros tres se nos unieron un par de argentinas y un mago belga, que con los trucos de cartas se ligó a una de las argentinas, y todos juntos nos fuimos a ver el desfile de carnaval que se organizaba en un barrio de Salta. Disfruté harto de ver como niños y jóvenes disfrazados con trajes regionales (algunos parecían Power Rangers) vivían su momento de gloria para el cual habían preparado diferentes coreografías durante todo el año. Otro elemento diferenciador es el spray de nieve. Es tradición en estas zonas comprar sprays y rociar con espuma a la gente. Nos faltó tiempo para armarnos con un bote cada uno y librar la guerra a cualquiera que se nos cruzara por la calle. Y aunque no es muy agradable que se te llene la boca o los ojos de espuma, es muy divertido sorprender a desconocidos.

Pero volvamos a Humahuaca. Las primeras dos horas en autobús me sirvieron para dormir y amortiguar la resaca, pero una vez en la primera parada, el pueblo de Purmamarca, abrí bien los ojos para observar los caprichosos colores de las montañas. En la quebrada paramos para hacer fotos a joyas naturales que reciben el nombre de Paleta del Pintor o la roca de Siete Colores, además de visitar un pueblo pre Inca: el pucara de Tilcara, desde donde se divisa gran parte de la quebrada. En el pueblo de Humahuaca, donde acabamos la excursión antes de volver a Salta, probé la carne de llama, que es parecida a la ternera pero que no contiene nada de grasa, y me sobró tiempo para deambular por sus calles bajo un sol de justicia.

Esa misma noche volvimos a salir de fiesta, aunque antes me metí entre pecho y espada mi último bifé argentino. Cenamos en un restaurante donde artistas locales hacían espectáculo de música folklórica y luego acabamos en una discoteca al uso. Y sin pasar por cama agarré mis bártulos puse rumbo de nuevo a Chile, esta vez a San Pedro de Atacama, donde se encuentra el desierto más seco del mundo.

Lo mejor de Mendoza
Los vinos
El Aconcagua (que no subí)
Tomar una cerveza en el centro

Lo peor de Mendoza
No hay muchas cosas que hacer en la ciudad

Precios de Mendoza (1€=5,5 Pesos argentinos)
Bus local 1,4 Pesos
1 choripán: 7 Pesos
Alquilar una bici en Maipú: 25 Pesos
Cata de vinos en cualquier bodega: 20 Pesos
Bus de Mendoza a Salta: 472 Pesos

Lo mejor de Salta
El centro de la ciudad
La catedral
La iglesia de San Francisco
El Museo de Arqueología de Alta Montaña
Las vistas desde el cerro de San Cristóbal
Sus empanadas
La fiesta de la calle Balcarce
Su carnaval
La amabilidad de su gente
Los precios (por fin) económicos
Los paisajes de TODA la región

Lo peor de Salta
Es caro llegar desde el sur
Cierto caos y desorden
Algunos puntos de la ciudad están sucios

Precios de Salta (1€=5,5 Pesos argentinos)
Una noche en el hostal Huasi Sol: 50 Pesos
Un plato combinado en el mercado: 15 Pesos
Cena a base de empanadas: 30 Pesos
Una excursión a Humahuaca + excursión a Cachi (dos días): 320 Pesos
Una carrera de taxi: 6 Pesos
Entrada al Museo de Arqueología de Alta Montaña: 10 Pesos (con carnet estudiante)
Lavandería: 30 Pesos
Comer llama a la cazuela: 40 Pesos
Bus de Salta a San Pedro de Atacama (Chile): 250 Pesos

1 comentario:

Mama dijo...

Quina passada de muntanya! i...a 4000m.d'alçada, no et faltava l'aire?
Ui , què bo el bife!!!Quina enyorança!!!