Igual que a mí, creo que a mucha gente le quedó grabado en la retina un anuncio de la bebida Malibú en el que aparecían unos personajes caribeños que vivían sin lujos pero con toda la felicidad del mundo. Pues bien, aunque esté basado en un tópico, durante los días que estuvimos por los pueblecitos colombianos más caribeños este vídeo me volvió en más de una ocasión a la mente. La ciudad de Turbo es muy ajetreada y nada atractiva. Motos, bicicletas, coches y hasta algún carro de caballos se disputan sus calles, en las que abundan ociosos buscavidas. Lamentablemente, es imprescindible pasar por ella para tomar una lancha si se quiere ir a los lejanos pueblos de Capurganá y Sapzzurro, colombianos pero ya en Centroamérica y a escasos kilómetros de Panamá. Viniendo de Manizales, donde hacía algo de frío y escaseaba la gente de raza negra o mulata, la zona norte de Colombia parece otro país. Después de desayunar en una cafetería, compramos unos caros pasajes de lancha, y mientras esperábamos a que saliera pudimos observar con detenimiento la fauna que nos rodeaba. Madres con tres o más hijos correteando a su alrededor, vendedores ambulantes y otros viajeros cargados hasta las cejas fueron nuestra compañía en la rústica terminal de lanchas de la ciudad.
El viaje hasta Capurganá no fue del todo agradable, a pesar de que hacía un precioso día y el paisaje era de lo más bonito (selva con altísimas palmeras que mueren en orillas de aguas turquesas). El motivo es que este trayecto, que dura más de dos horas, se hace a toda velocidad, y uno anda con miedo a que algún órgano interno se suelte debido a las sacudidas a que sometes el cuerpo. Pero el sufrimiento vale la pena, ya que al desembarcar en la pequeña Capurganá te envuelve la paz y la tranquilidad que no existen en Turbo. Capurganá es un pequeño pueblecito donde no hay coches (la gente se mueve a pie o en bicicleta) y en el que todo el vecindario hace vida en la calle. Hay quienes venden empanadas, mientras otros charlan delante de sus casas al fresco y unos terceros montan una mesa en la calle y se ponen a jugar a cartas. Como es temporada baja, pudimos alojarnos en un precioso hostal regentado por un italiano a precio irrisorio. Una vez instalados dimos un paseo por el pueblo sin mirar en ningún momento el reloj, puesto que va en contra de la filosofía de estos lares. Recorrimos parte de la costa cercana y no nos dio tiempo a mucho más, ya que cuando oscurece no hay luz en ningún lugar (aquí cortan la corriente y el agua a diario). Al día siguiente, bien temprano, emprendimos un paseo de una hora a través de la selva hasta el vecino pueblo de Sapzurro, el último de Colombia, El paseo es corto, pero la humedad del bosque pasa factura. Por suerte, las grandes arañas e insectos que se ven así como el rugido de los monos aulladores lo hacen muy ameno. Sapzurro, algo más pequeño que Capurganá, es más bonito. En su pequeña bahía fondean algunos veleros de viajeros que están dando la vuelta al mundo o recorriendo el Caribe, y en las calles se respira aún más familiaridad que en la vecina Capurganá. Pero pasamos de largo, ya que a tan solo veinte minutos a pie cruzamos a Panamá, nuestro destino aquel día. Una pequeña guarnición con tres soldados panameños aburridos que te controlan el pasaporte es lo único que separa ambos países. Ya en Panamá, nos tostamos todo el día en la isla blanca del pueblo La Miel, y aprovechamos para hacer por primera vez en Colombia un poco de snorkel (bucear con gafas y tubo).
Volvimos a Turbo con la intención de ir hacia Cartagena, es decir, al Este. Sin embargo, antes de llegar nos dio un pronto y paramos en Tolú, a medio camino, para poder acercarnos a las desconocidas Islas San Bernardo, un archipiélago de diminutos islotes poblados por pescadores. Y acertamos. Aunque sólo estuvimos un par de días, alucinamos con el estilo de vida de su gente. Los pocos que trabajan son pescadores que tienen una barquita y pescan con arpón y a apnea. Los demás se pasan el día vagando por la isla sin hacer gran cosa. Las mujeres se encargan de la casa (que en este caso son modestas chabolas), los animales domésticos (cerdos, cabras y gallinas), así como de los niños, que desnudos juegan con los cangrejos en la playa. Dormimos en unas hamacas que nos alquilaron delante de la única tienda de la isla en la que estábamos (Múcura). Pues bien, este colmado resultó ser el punto neurálgico de la isla y se convierte en ‘discoteca’ las noches del sábado. Vallenato a todo volumen y hombres bebiendo ron sin control fue el espectáculo que vimos desde nuestras hamacas hasta medianoche. A pesar de los inconvenientes, fue muy enriquecedor charlar con algunos de ellos, quienes, entre trago y trago nos contaron cómo viven y trabajan. Y más relajante fue poder disfrutar de las playas de arena blanca y agua transparente que bordean la isla, que resultaron ideales para bucear y ver peces.
Abandonamos este paraíso terrenal para poner rumbo, esta vez sí, a la turística Cartagena de Indias. Nos alojamos en Getsemaní, un histórico barrio que queda fuera de las murallas pero donde se encuentran la mayoría de los hostales de mochileros. La primera noche pudimos saborear un delicioso ‘patacón con todo’ en una plazoleta muy pintoresca, en la que los locales bebían cerveza y un grupo de hombres discutía sobre cuáles eran los mejores jugadores del Barça. Los días siguientes días gozamos callejeando por las coloridas y cuidadas calles del casco antiguo, que contrastan con la miseria y fealdad de los barrios periféricos. Abusamos de la helada limonada casera que vendían por la calle y visitamos el museo de la Inquisición, un lugar ideal para sentir escalofríos y volverse más ateo aún, si cabe. En la entrada principal a la ciudad, cerca de la torre del reloj, hay unos tenderetes en los que venden dulces típicos. Aunque todos tengan muy buena pinta, la mitad de ellos están revenidos y es el típico producto que exclusivamente venden al turista. Pasamos por el aro y compramos una pack de dulces variados, y me sentí como el alemán con chanclas y calcetines blancos que acaba pagando una fortuna por comer una infumable paella y bebiendo sangría en las Ramblas de Barcelona. Y tras acabar las calles de la bonita ciudad amurallada y conocer la pija pero nada especial zona de Bocagrande, dijimos adiós a Cartagena de Indias y nos encaminamos hacia Santa Marta.
Lo mejor de Capurganá e Islas Bernardo
Descansar en paradisíacas playas de arena blanca
Ideal para hacer snorkel
Conocer su gente, que tienen un ritmo de vida muy diferente al de las grandes ciudades
Preciosas puestas de sol
Lo peor de Capurganá e Islas Bernardo
Los supermercados son caros, aunque en temporada baja el alojamiento es económico. En las Islas San Bernardo escasea donde dormir.
Sale muy caro llegar a Capurganá en lancha desde Turbo
Son sitios donde no pasa nada. La mayoría de viajeros se pueden aburrir al tercer día.
Precios de Capurganá e Islas Bernardo (2.300 Cop = 1 euro)
Lancha Turbo-Capurganá: 55.000 COP
1 Noche en el hostal Gecko (Capurganá): 10.000 COP/noche
Cena plato combinado: 5.000 COP
Bus de Turbo a Tolú (pasando por Montería): 50.000 COP
Noche en Tolú: 25.000 COP habitación doble
Lancha ida/vuelta desde Tolú a Múcura: 45.000 COP
Comer langosta en Múcura: 40.000 COP para dos personas
Bus de Tolú a Cartagena de Indias: 30.000 COP
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Lo mejor de Cartagena de Indias
El colorido y restaurado centro histórico
Visitar los palacios más bonitos, como donde se encuentra el Museo de la Inquisición
Saborear lima granizada un caluroso y soleado día
Pasear por la muralla que da al mar
Cenar por la calle en el barrio de Getsemaní
Es una ciudad muy turística, así que hay una buena oferta de alojamientos y buenas conexiones con el resto del país
Lo peor de Cartagena de Indias
En algunos puntos hay demasiados turistas y pocos locales
Fuera de la ciudad amurallada reina la miseria, el ruido y la suciedad
La zona de Bocagrande es un paraíso de seguridad y rascacielos pero con poco interés turístico
Precios de Cartagena de Indias (2.300 Cop = 1 euro)
1 noche en hostal Iguana: 12.000 COP cada persona
Museo de la Inquisición: 14.000 COP
Desayuno completo: 7.000 COP
Bus urbano: 1.500 COP
Bus de Cartagena a Santa Marta: 20.000 COP
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