26 noviembre 2011

La bellísima y desconocida costa uruguaya

Con mucha pena dejé atrás Brasil para seguir mi ruta al Sur. La siguiente parada era (de hecho lo está siendo) Uruguay, un país tranquilo y buena antesala de Argentina. Tras otro viaje maratoniano en bus llegué a medianoche a Chui, una ciudad frontera que en la parte brasileña se llama Chui y en la uruguaya Chuy. Deambulando por sus oscuras calles me topé con un motel abierto. Tenían cama libre, y aun su ruinoso aspecto, me dejé seducir por su precio. Me metí en la cama apestosa a naftalina agotado, esperando conciliar rápidamente el sueño, pero los gemidos que procedían de la habitación de arriba y los ronquidos inhumanos del vecino de la habitación de al lado me dejaron en vela un buen rato. Se ve que en estas latitudes también cumplen a raja tabla el lema de “sábado sabadete…”. A la mañana siguiente cogí un bus dirección al Sur.

La primera parada fue Punta del diablo, un pueblecito de lo más normal que se llena en el verano austral (enero y febrero). Como aún no estamos en temporada alta, encontré un acogedor y barato hostal donde quedarme: La casa de las boyas. Los dueños fueron muy simpáticos conmigo, y aquí empecé a valorar hablar un mismo idioma. Ciertamente, tantos años de dominio, conquista y exterminio dieron como mínimo un precioso fruto que es una lengua común, el español, que me está permitiendo conocer un país que hasta ahora era enigmático para mí. En Punta me quedé tres días, que actuaron en mi cuerpo y mente como un bálsamo. Aproveché para leer, pasear y sobre todo descansar. En el pueblo todavía no hay ni un alma, y las pocas personas que se ven por la calle están afanándose en preparar los negocios antes de que llegue la horda de turistas. A pesar de que no tuve buen tiempo, me gustó mucho el lugar, ya que el cielo gris, la fuerza del mar y la soledad de las playas me recordaron mucho a la última escena de la película The Road. Hice un picnic en una laguna que tiene el agua negra y poderes sobrenaturales (según la gente del lugar) y caminé por kilométricas playas solitarias, donde me encontré varias focas y otros animales muertos. Probé mi primer bocado de un Olímpico y un Chivito (dos tipos de bocadillos); bebí mi primer mate y desayuné mi primer dulce de leche. Me da la sensación de que voy a comer mejor a partir de ahora, aunque extrañaré los zumos que tomaba en Brasil.

Y como los días pasan y el tiempo apremia, hice de nuevo los bártulos y tras conectar varios buses locales y un jeep me planté en la siguiente parada: Cabo Polonio. Aquí sí que es para quitarse el sombrero y ponerse a aplaudir. Me explico. Cabo Polonio es un conjunto de casitas muy monas que se construyeron en un cabo, como su propio nombre indica. Sólo se llega con transporte local (unos jeeps gigantes en que la gente va enlatada como cerdos), no hay electricidad y un pintoresco faro preside el pueblo. En el verano también se llena de turistas, pero mucho menos que en La punta del diablo, y me comentaron que algún famosete hippie y hasta Jorge Drexler tenían casita aquí. La verdad es que es el lugar ideal donde retirarse una temporada para escribir un libro o prepararse unas oposiciones. La gracia del lugar es que no tienes absolutamente nada que hacer, excepto pasear, dormir o leer. La máxima atracción del lugar es una colonia de lobos marinos a la que te puedes acercar como si estuvieras en el zoo. Así que los tres días que me pasé en el Polonio hice lo propio: leer, tomar el sol, conversar con otros (pocos) viajeros y presenciar la puesta de sol más bonita de mi vida (ver fotos del Picassa). Aquí, como ya me pasó en La punta del diablo y en Brasil, fui atacado un par de veces más por pájaros, y descubrí que los protagonistas de la película pertenecen a una especie llamada Tero.

En el Polonio conocí dos argentinos y dos holandeses muy majos. No intimamos gran cosa, pero nos hicimos algo de compañía. Otro día lo pasé con Jordi, un joven de Manresa que está viajando por la zona antes de empezar su intercambio en Chile. Me gustó pasear con él por la playa y poner en común las sensaciones que teníamos del lugar y el país. Muy a mi pesar, y básicamente porque no tengo libro que escribir ni doctorado que presentar, dejé atrás este paraíso en la tierra para viajar hasta Montevideo, la capital del país. Lo que hay en esta apacible ciudad y lo que estoy haciendo, lo dejo para otra entrega.

PD. La tranquilidad y quietud de estos dos destinos cuando no es temporada alta, contrasta con Punta del Este, el balneario de Sudamérica. Esta población, primero ocupada por argentinos y ahora por gente de bien de todo el continente, es uno de los enclaves turísticos más visitados del continente y sin duda el más concurrido de Uruguay.


Lo mejor de la costa noreste de Uruguay
La tranquilidad que se respira desde marzo hasta noviembre
El paisaje de playas kilométricas
Poder ver animales como lobos marinos o pingüinos estado salvaje. Según el mes también se ven ballenas
La amabilidad de la gente de la zona
La claridad con que se ven las estrellas de noche

Lo peor de la costa noreste de Uruguay
Difícil acceso, sobre todo a Cabo Polonio
Falta de comodidades básicas, como agua caliente o electricidad (en Cabo Polonio)
Poca variedad de alojamiento y gastronómica
Precios bastante altos en general

Precios de la costa noreseste de Uruguay: (1€=26 Pesos uruguayos)
Una noche en hostal con desayuno includio: 300 Pesos
Cenar un plato de pescado, con bebida: 200 Pesos
Libros de oferta: 80 Pesos cada uno
Hamburguesa de pescado y cerveza: 110 Pesos

3 comentarios:

Mama dijo...

Quina passada de posta de sol!!!
Podries aprofitar per pendre notes i qui sap, potser escriure un llibre no està tant lluny.
Posem-nos en contacte aquesta setmana. Aviam si passo la grip i vinc recuperada.
Haig de preguntar-te uns dubtes.
Petonàs!
Ja tinc ganes d'AXUXAR-TE!
T'estimo

Anónimo dijo...

Las fotos son una pasada!

Achuchones de mi parte también ;)

Mua

Unknown dijo...

Las costas uruguayas son un diamante en bruto, existen destinos que si bien no son feos no superan las playas de Uruguay. Conozco un Hotel en Punta del Este que me dejó encantado la vez que lo visité y espero que cada vez llegue más turismo internacional a este país.