Aunque Guayaquil es la ciudad más poblada de Ecuador, no es nada atractiva para el turista. Apenas hay sitios que merezcan la pena visitar, y la humedad que se respira durante todo el día no anima a quedarse. Así que una vez que llegó Sandra procedente de Berlín (eso sí que es cambiar de planeta en pocas horas), nos largamos hacia la capital del país, Quito. Como yo ya había visitado parte de la costa ecuatoriana y Cuenca, y los dos nos moríamos de ganas de entrar en Colombia, sólo hicimos esta parada.
El frío nos sorprendió al bajarnos del autobús que nos trajo de la cálida Guayaquil. Llegamos ya de noche, y cogimos un trolebús hasta el centro de la ciudad, en concreto hasta Santo Domingo. Elegimos el primer hostal que nos pareció limpio y económico, el Rincón Familiar, para descubrir al día siguiente que aunque los dueños eran encantadores nos habíamos metido en un hotel por horas. Ya nos entendemos.
La primera noche paseamos por la bonita aunque turística calle La Ronda, y acabamos cenando unos pollos en un lugar común. Y a la mañana siguiente visitamos Quito bajo un cielo encapotado y a ratos bajo una tímida lluvia. Entramos a la basílica y algunas iglesias céntricas, y nos gastamos un buen dinero para subir en teleférico a un cerro cercano desde el que se divisa la ciudad. Por la noche volvimos a pasear por La Ronda y probamos el morocho, un tipo de empanada que lleva maíz triturado en su interior. Como era viernes había mucha gente paseando por la calle, y nos coincidió ver un espectáculo que organizaban en unas carpas con motivo del bicentenario de la Constitución de Quito (la independencia de España). Al ser gratuito, decidimos entrar a probar. La dinámica consistía en hacer en grupo un recorrido (éramos los únicos no ecuatorianos) por varias carpas en las que actores disfrazados de la época explicaban el proceso de independencia. Nos hizo gracia ver como animaban al público a gritar consignas contra los ‘españoles’ y cómo acusaban a espectadores al azar de ser ‘colonizador’. Alguna broma pesada a parte, reímos bastante con la representación y aprendimos un poco sobre la historia reciente del país.
A la mañana siguiente, y en vistas de que el tiempo no mejoraba y que habíamos visitado lo más bonito de Quito, nos subimos a un autobús que nos llevó a la frontera con Colombia. A diferencia de otros países en los que puedes pasar de país a país con el mismo autobús, aquí tuvimos que coger un taxi hasta la aduana, cruzar a pie la línea imaginaria que separa Ecuador y Colombia, y hacer todo el papeleo. En menos de una hora ya teníamos en nuestros pasaportes los sellos correspondientes y el funcionario de aduanas colombiano nos daba la bienvenida. Para llegar a Upiales, el primer pueblo de Colombia, tuvimos que coger un taxi, ya que no había transporte público, pero como no teníamos aún pesos colombianos y sólo nos quedaban dos dólares en el bolsillo (y nos pedían 4 dólares por la carrera), tuve que empeñar mi candado para que un taxista de lo más peculiar nos acercara a la terminal de Upiales. Allí nos montamos en otro bus, esta vez nocturno, que nos llevo hasta Armenia, el corazón del eje cafetero.
Tal y como llegamos a Armenia desayunamos en la estación huevos revueltos, tinto (café solo) y tostadas, y dejamos las mochilas en consigna para poder hacer una excursión por el espectacular valle de Cocora. Primero tuvimos que llegar a Salento, una bonita población colonial que el fin de semana se llena de domingueros colombianos que van a pasear y comprar artesanías. Una vez allí nos subimos como unos refugiados que huyen del país más de siete persones a un jeep (que aquí llaman Willy) que nos dejó en la entrada del valle. Ya en Cocora, paseamos durante todo el día haciendo un recorrido circular. Primero anduvimos por el verde valle, en el que abundan altas palmas, y luego nos adentramos a un bosque selvático en el que tuvimos que cruzar varias veces un río por puentes de dudosa seguridad. Volvimos al pueblo a través de un alto desde el que se vislumbraba la totalidad del valle de Cocora, un paisaje precioso que parecía sacado de la seria Lost.
Algo cansados y más sucios volvimos retrocedimos a Armenia, donde cogimos otro bus hasta Manizales, otra punta del eje cafetero. Llegamos exhaustos a Manizales, por eso, tras una reparadora ducha y picar algo para cenar nos fuimos a dormir. Por la mañana paseamos por la ciudad y disfrutamos de los primeros menús completos colombianos y de la amabilidad de la gente de la zona, la más simpática y educada que me he encontrado en todo el viaje (y en las antípodas de la que conocí en Bolivia o algunas zonas rurales del Perú). Y por la tarde nos relajamos en unos baños termales naturales, con agua a más de 35 grados centígrados. Esas aguas calientes provienen de un volcán cercano que se llama Ruíz y que no pudimos visitar ya que esos días estaba en alerta por riesgo de erupción.
Y el segundo día en Manizales lo pasamos en una hacienda cafetera. Contratamos un tour que a priori nos pareció caro pero que una vez finalizado se convirtió en una de las mejores inversiones del viaje. Visitamos una casa feudal cafetera, nos explicaron toda la historia y tipologías de café que existen y luego paseamos por la finca, que a parte de preciosa estaba perfectamente conservada. Antes de acabar la visita saboreamos sanchocho (un plato típico colombiano a base de sopa con diferentes tipos de carne) y nos tomamos unos deliciosos últimos cafés.
Y ésta fue la primera parada en la anhelada Colombia. Dejamos la zona del café para emprender un largo viaje que nos llevaría después de coger un par de autobuses a Turbo, la ciudad que sirve de base para visitar los pueblos caribeños que Colombia tiene a tocar de Panamá.
Lo mejor de Cocora y el Eje Cafetero
El paisaje verde y las altas palmas de las praderas
Montar en un willy (jeep) para llegar al valle de Cocora
Aprender sobre el café y pasear por fincas cafeteras
Saborear un café excelente
Lo peor de Cocora y el Eje Cafetero
A Cocora hay que ir preparados con botas de agua
El precio del willy (3.000 cop) es caro
Salento el domingo se llena de domingueros
El alojamiento en Manizales es escaso y caro
Precios de Cocora y el Eje Cafetero (2.300 Cop = 1 euro)
Bus Armenia Salento: 6.000 COP
Visita guiada a finca cafetera (con transporte desde Manizales): 30.000 COP
Una noche en hostal de Manizales: 22.000 COP
Menú de mediodía: 8.000 COP
Audio: Juanes
1 comentario:
Guapissims!! Que tingueu una bona tornada.
que bé que escrius cagum cony!!
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